Escribe: Percy Vílchez Vela

En la vorágine de  forasteros que arrendó  por Iquitos,  destaca un ciudadano anónimo para siempre,  perdido en  el incesante paso de los años. Ninguna memoria le retiene y solo un breve párrafo escrito en un periódico de la época consignó su visita. Podemos entonces imaginar que estuvo poco tiempo en la cálida ciudad y su arribo nada tiene que ver con el disfrute del clima tropical, el extravío en las noches sensuales, el festejo de los sabores del amor fugaz,  sino con cuestiones de negocio. No de cualquier negocio, sino con la hazaña de instalar una fábrica  en pleno bosque, algo que todavía es una urgencia y una necesidad. Pese a todos sus esfuerzos, a todos sus desvelos,  el forastero no pudo cristalizar su sueño y eso fue una gran pérdida para la urbe acostumbraba a vivir de los esfuerzos ajenos.

En las ajetreadas calles de Iquitos,   hacia 1940, los moradores de entonces podían contemplar a un avispado forastero que iba y venía, como buscando algo que se le había perdido. Provisto de abundante cartapacio,  donde figuraban diferentes papeles importantes, caminaba de prisa y con decisión. Así entraba y salía de oficinas y dependencias públicas, conseguía entrevistas con distintos funcionarios para exponerles el proyecto que traía entre manos y mostraba los planos y las cifras de una empresa única en su género. Era su nombre Paul Causins y, después de mucho caminar, de tanto visitar a incontables personajes,  de tanto insistir, se marchó de la ciudad y nunca más volvió. Su partida fue una lástima en verdad, porque a la larga representó una gran oportunidad perdida.

El andariego forastero era francés de nación y auspiciaba y patrocinaba el funcionamiento de una fábrica. No de cualquier fabrica como una vulgar ensambladora que  prolongaría  las taras de la  dependencia, sino de una fábrica  modelo. Era la misma una fábrica de llantas de caucho.  En ese entonces ocurría una segunda ráfaga de producción de esa savia y ya no se iba a repetir la bonanza de hacía décadas, pero era una ocasión inmejorable para aprovechar al máximo ese recurso, superando la triste costumbre de la exportación de materia prima para luego comprar los objetos transformados.  En el pasado, algunas voces se levantaron tratando de revertir el revenido modelo extractivista, pero no habían logrado nada.

Mientras de alguna manera se repetía la fiebre de la savia, el francés se proponía levantar una productora de neumáticos en momentos en que en otras partes se producían las llantas para acelerar la industria automotriz  y se usaba el caucho en la industria bélica. Era cierto que para poner en funcionamiento una fábrica de esa índole el forastero requería de una fuerte inversión. No era moco de pavo levantar un centro que iba a fabricar las afamadas llantas. La ventaja era que tenía a la mano, por así decir, la materia prima. El caucho natural estaba en tantas partes. La ventaja comparativa no significó  nada para los emprendedores, los potentados, los inversionistas locales, quienes preferían el viejo modelo exportador.  Cualquier gestión del aludido era entonces estéril.

En la década del 40  del siglo pasado,  Iquitos mostraba el espectáculo de las extrañas ganancias de la época del caucho.  Un conjunto de casas,  que luego pasarían a formar parte del patrimonio arquitectónico, que rodeaba a otro conjunto conformado por casuchas miserables. El abismo de la desigualdad era evidente y en ninguna parte existía, ni para muestra, una obra cívica, una construcción social, de los afamados caucheros. Todos se habían perdido en la vanidad de construir sus propios solares, olvidándose de aportar algo a esa urbe que había sido generosa con ellos. En ese ambiente hubiera sido todo un acierto el florecimiento de una fábrica de llantas hechas a base de caucho amazónico. Pero ello era una ilusión.

Es posible imaginar a los inversionistas, los potentados, los emprendedores de ese tiempo,  perdidos en sacar cuentas de las ganancias visibles que les generaba la exportación de la materia primera. Es posible imaginarles  sucumbiendo a los oropeles del negocio. En esa alineación o alucinación era imposible que comprendieran la importancia de tener una fábrica de llantas en casa. Todo hubiera cambiado si el francés hubiera conseguido vencer la tontería ajena y hoy por hoy, tantos años después de ese momento cumbre,  Iquitos sería una ciudad con un apreciable desarrollo industrial. Aunque parezca una fábula.

El forastero desapareció  de la memoria de los hombres y mujeres de esta ciudad, pero su anhelo queda latiendo hasta ahora en el suelo y el cielo  de la ciudad, de la región, del país. El Perú entero sigue abusando del modelo antiguo, del viejo modelo exportador. En estos momentos el petróleo ya se acaba y seguimos exportando crudo, en el mejor de los casos, e importando los productos transformados del hidrocarburo. La frustrada fábrica de llantas ardera en la conciencia de un lugar que no supo aprovechar sus ventajas comparativas y que lánguidamente se puso a consumir lo que otros producían y producen.