ESCRIBE: Percy Vílchez Vela

Desde la oriental ciudad de Dubay nos sorprende una mala noticia. La vedette peruana Rosángela Espinoza, desde esa lejanía donde practica el turismo, amenaza abandonar por un momento sus breves prendas, esquivar el ojo vigilante de las cámaras y olvidarse de sorprender a sus seguidores a través de las redes sociales, para dedicarse a otro menester: la escritura de su primer libro.

Muy suelta de lengua y de huesos, liberada de miedos a la página en blanco, lejos todavía del esforzado aprendizaje del oficio, como si espantara moscas, declaró: «No se qué aspecto tocar en mi primer libro, igual, estoy emocionada porque ya dí mi primer pasito, eso es lo que importa».

Es decir, no sabe ni cómo ni cuándo, ni con qué, pero anuncia a los cuatro y más vientos su incursión en el mundo de la escritura. Su primer libro está allí, en el horizonte de esa urgencia de tantos y tantas por publicar cualquier cosa en un mundo degradado por las voracidades del mercado. Una veta digna de ventas al por mayor es la exploración del mundo de la farándula peruana que se nutre de figuras y figurones de medio pelo, de cornudos tolerantes y cornudas sin remordimientos, que tienen el plebiscito de lectores que buscan a toda costa la morbosidad o el simple divertimiento. 

Desde el fondo de ese oficio mediocre surge entonces la dama mencionada para anunciar que se sentara a escribir su primer libro. No sabemos cómo se formó en ella esa inesperada vocación. Ignoramos los libros que ha leído para luego buscar sus propios temas o sus personajes. No es difícil imaginar el contenido del mamotreto en marcha. Osea una biografía de personajes de ese mundillo degradado. O una historia personal de los tejes y manejes de la televisión nacional. O, lo que es peor, un libro para niños o adolescentes. 

Desde luego, no estamos en contra de los que escriben libros malos. Cualquier persona tiene derecho a publicar lo que le da la gana. El mercado es el que decide lo que deben leer las personas de ambos sexos en este país iletrado que ocupa el último lugar en comprensión de lectura a nivel continental. Estamos en contra de que pésimos libros entren de contrabando a las aulas escolares como lectura obligada de los estudiantes. Y sospechamos que le vedette incursionará con su texto en los salones como una supuesta contribución a la lectura escolar. 

En el país donde el peruano lee al año un cuarto de libro nos llega la farandulesca noticia de un próximo libro que todavía no tiene ni título, ni tema ni editor. Pese a todo es posible que en el término de la distancia aparezca con su orientación hacia las pobre aulas. Muchas editoras han convertido esa veta en un negocio redondo sin que nadie se oponga en aras de conceder una mejor educación a los alumnos y alumnas. Así, con la improvisación de la vedette, se ha creado un carrusel de libros que no sirven para nada, menos para salir del lamentable lugar en comprensión de lectura.