La insistencia de algunos grupos o colectivos para que los iquiteños adopten mascotas, perros, gatos y otros animales domésticos, fue a la postre un grave inconveniente. Porque de tanto querer a los mascotas los adoptantes como que le agarraron una especie de bronca a los mismos seres humanos. En una encuesta que se realizó en determinado momento se supo que en la ciudad había más perros que niños. Las familias, tan compenetrados por el amor a los animales, tan enternecidos por las manifestaciones de cada uno de esas especies, decidió tener varios perros en casa. Como había que alimentar a esos animales, se vieron en la necesidad de evitar el nacimiento de niños y niñas.

 

A ese paso la  ciudad de Iquitos dejó de ser la casa del Dios del amor, la urbe ecológica, el pulmón del mundo, para convertirse en la dinámica  ciudad de los perros, nombre que de todas maneras se vincula a la primera novela del marqués Mario Vargas Llosa.  En cada hogar hay ahora más perros que gentes y esos canes están bien vestidos, participan de una excelente alimentación y ya no ladran. Se han convertido en engreídos de las familias y lo único que hacen es mover los rabos por cualquier cosa. Los perros más afortunados reciben jugosas y cuantiosas herencias que les dejan sus amos  poco antes de partir hacia la eternidad. Esas herencias luego son manejadas  por los más picaros que quedan en esas familias.

 

La abundancia perrestre no está bien vista por algunos grupos y colectivos que hoy por hoy vienen realizando campañas para que la gente adopte niños. Ellos y ellas realizan, además, campañas contra los perros que no producen nada y que se convierten en verdaderos zánganos de las casas. Nadie sabe en qué terminara todo esto, pero suponemos que al final se impondrán los niños y niñas sobre los canes.