Cuando por cuarta vez el World Travel Awards designó al Perú como destino gastronómico del mundo, las celebraciones oficiales reinaron por doquier. Era el momento de vengar lo pasado, de reivindicar a la siempre vapuleada nación de los incas y los virreyes y de encender el orgullo nacional. Las celebraciones duraron más de la cuenta y fue motivo del consumo masivo y exagerado de los primores de esa cocinería. Luego de la celebración quedó en el peruano y la peruana las ganas de seguir disfrutando de los sabores de tantos platos que habían ganado el galardón internacional.

La comida peruana es picante, muy condimentada y provista de la inevitable grasa. De manera que el alto consumo de esa gastronomía hizo que aparecieran en poco tiempo seres afectados de gordura.  Hasta ese momento la obesidad era un fenómeno marginal en la sociedad peruana.  Había unos cuantos gordos que eran a lo sumo personajes pintorescos. Pero a partir del abuso de los preparados la obesidad se volvió todo un problema. En las casas de siempre y de costumbre ya no cabían las mismas personas y los más gordos tenían que marcharse hacia otros lugares. En los microbuses de servicio ya no pudieron entrar los más gordos quienes tenían que caminar trabajosamente hacia sus destinos personales.

En otros ámbitos de la vida social también la gordura hizo sus estragos. La flaqueza desapareció como por arte de magia. El hecho de que todos fueran gordos se volvió un episodio insoportable e hizo que los unos y los otros no se soportaran como si estuvieran ante un espejo deformante. La situación no podía continuar así y hubo un momento en que se llegó a prohibir el consumo de la tan mentada y sabrosa pero letal comida peruana. En el presente, en un despiadado afán por bajar de peso, los peruanos de ambos sexos viven a pan y agua.