ESCRIBE:Percy Vílchez
La costumbre de celebrar victorias ajenas, ganancias de otros, es un desvío natural o adquirido entre los amazónicos. Ello sería un simple divertimiento, una anodina fiesta, si es que no afectaría directamente a los moradores esenciales del bosque acuático. Es una tradición torcida que, desde hace tiempo, cada 12 de febrero, se conmemore entre nosotros el alucinante viaje de las huestes de Francisco de Orellana que culminó con la primera navegación europea por el anchuroso Amazonas. Navegación, no descubrimiento como se suele decir con frecuencia. El Amazonas existía ya en el imaginario cuando el navegante español realizó su travesía. Casi 50 años antes Vicente Yáñez Pinzón había navegado por la desembocadura de esa inmensa arteria con el océano Atlántico.
Es posible que antes ese dilatado río hubiera sido visitado por Américo Vespucio, según consta en el contenido de ciertas cartas que el aludido escribió a Lorenzo di Pier Medici. Era 1549, un año antes de la conocida navegación de Yáñez Pinzón. Pero hay algo más. En el testimonio de las crónicas coloniales queda la referencia de la expedición comandada por Alonso de Mercadillo, mucho antes de la navegación de Orellana. El viaje de Mercadillo abarcó varios ríos selváticos y bien pudo incluir al Amazonas. Pero todo ello está por clarificar para poner las cosas en claro y para tener noticias auténticas y documentas sobre la presencia europea en la Amazonía. Lo que importa en esta ocasión es referirnos a los verdaderos descubridores del portentoso río.
Es imposible saber, por falta de datos, el nombre de los primeros amazónicos que navegaron por ese vasto río que entonces se llamaba Paranaguasú. Lo que sí sabemos, gracias a un mito shipibo que citamos en el libro Los dueños de astros ajenos, que la conquista de la navegación fue una ardua tarea. La invención de la canoa y la labor del remo debió demorar muchos años. Lo cierto es que cuando la expedición de Orellana arribó a la espesura, los oriundos afincados en las riberas de los diferentes ríos ya dominaban las artes de la navegación. Es elemental entonces decir que los indígenas selváticos descubrieron y dominaron los secretos del Amazonas. Esa es la celebración que nos falta, celebración que no puede ni debe ser un simple festejo, sino una reivindicación general del aporte indígena a nuestra historia.
Este 12 de febrero del 2023, como tantas otras veces, como si fuéramos españoles, no se dejó de celebrar el viaje de Francisco de Orellana y sus hambrientos navegantes. No faltó el discurso de ocasión, el izamiento del pabellón en su lugar de costumbre, alguna mención a los nativos y la infaltable crónica de homenaje a los bravos navegantes castellanos. No nos oponemos a esa fanfarria. Cada quien tiene derecho a expresarse. Pero no podemos admitir que se pierda tiempo y recursos celebrando conquistas ajenas, ninguneando a los nuestros. El 12 de febrero de cada año debería quedar como una parranda española.
Para esa fecha nosotros deberíamos realizar estudios iniciados por el profesor e historiador José Barletti Pascuale quien publicó un breve tratado basado en la semblanza de los pueblos amazónicos en tiempos del paso de Francisco de Orellana. Las claves de lo que somos como pueblo y como moradores con una historia particular está allí en el legado de esas aldeas que por entonces eran florecientes, según testimonio escrito de Gaspar de Carvajal. Todo ello en nombre del presente y del futuro. Porque, además, esa manera de celebrar nos haría conocer que gestas o hazañas indígenas hoy mismo están siendo marginadas o envilecidas, en nombre de la supuesta supremacía forastera o ajena.