Por Marco Antonio Panduro
Cuando en 1972 Monseñor Gabino Peral de la Torre oficiaba de Vicario en Iquitos, se creaba el Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía. Doce años más tarde, al prefecto de aquel entonces, don Toribio Herrera Ávalos, se le ocurrió la genial idea de ocupar el espacio que había pertenecido a la Dirección de Correos del Perú con miras a que lectores, estudiantes e investigadores tuvieran un espacio más adecuado para sus tareas.
Gran parte de la existencia de la Biblioteca Amazónica se lo debemos a don Orison Pardo Matos, diputado aprista de ese entones. Tras un largo proceso, recién en 1986, se llegaría a firmar un Convenio de Comodato para la ocupación del inmueble.
Precariamente la BAI funcionaría de modo provisional en 1990. Un año más tarde el Consejo de la Asamblea Regional (predecesora al hoy GOREL), bajo la presidencia de don Gilberto Alván Acosta, acordó apoyar financieramente la restauración del inmueble.
La Biblioteca Amazónica de Iquitos, en sus inicios, atendía en dos turnos, por las mañanas y las tardes. Con la descomposición moral cada más rampante de los individuos que ocupaban cargos de autoridad se fue perdiendo ese presupuesto. Así, durante la gestión de un gobernador –inquilino hoy de una celda en prisión local–, este fondo presupuestario se diluyó en un cauce donde corren torrentosas aguas.
Durante un año estuvo cerrada por la negativa de apoyarla económicamente. Se suma en el tiempo la denegación del licenciamiento a la UCP quien contribuía aportando económicamente para gastos de mantenimiento y servicios. De cara a su nueva realidad, desde entonces, la BAI atiende por lo pronto en el turno de la tarde.
Bella y clásica en su interior, la Biblioteca Amazónica fue diseñada por el artista claretiano Maximino Cerezo. Es más, el colorido y bello y muy amazónico mural exhibido es del artista mismo. Y el trabajo de delicada ebanistería en sus molduras, boceles y tantos otros detalles a la madera tallada corresponde a Demetrio Díaz Souza.
Es la segunda más importante de las bibliotecas amazónicas en toda Latinoamérica. Sus anaqueles albergan cerca de 32 mil ejemplares, súmese ahora los más de 5 mil libros y 60 cuadros sobre llanchama donados por la familia del antropólogo Jorge Gasché.
La BAI atesora reliquias como el facsímil de la primera crónica que escribiera Gaspar de Carvajal en su encuentro con el Río de las Amazonas, también se exhibe la espada del capitán Guillermo Cervantes, aquel militar rebelde, anhelante de un estado federado para Loreto y sublevado en 1921 ante el gobierno de Augusto B. Leguía.
Como se sabe, luego de un siniestro en octubre del 2022, la Biblioteca Amazónica de Iquitos recién pudo reabrir a finales de febrero del 2023. Que no haya quedado en cenizas es una suerte de milagro. Es más, hubiera sido un verdadero desastre si quedaba en escombros, una tragedia comparable, a escala amazónica loretana, al incendio de la Biblioteca de Alejandría.
Detrás de este hecho, ha habido un silencioso trabajo de gestión, de recuperación, a cargo de Víctor Lozano, el hermano agustino, Director de la Biblioteca Amazónica, y de los pocos trabajadores como Julio Ramírez y Juana López, y voluntarios que se sumaron a la tarea.
50 mil dólares otorgados por la Universidad de Santa Cruz de California, ha supuesto la compra e instalación de cámaras. La Emergency Cultural Response,institución de los Países Bajos, se hizo cargo con 20 mil dólares. Asimismo, se ha logrado trasladar a la Escuela de Cine Elías Querejeta de San Sebastián (País Vasco, España) la casi totalidad de la videoteca. Con el apoyo del CAAAP, la búsqueda digital migrará a un sistema de interface simple y clara para bibliotecarios y usuarios (el KOHA), además de tenerse proyectada la creación de la página web de la Biblioteca. Han iniciado también la digitalización de las fuentes más emblemáticas y particulares de la Biblioteca.
La limpieza y remasterización de las cintas, es decir, la preservación de las fuentes audiovisuales, está a cargo de la experta Verónica Mendoza en la PUCP. La BAI se ha vinculado, además, a la Red Nacional de Bibliotecas.
Después de 40 años, por diferentes razones (el estado de salud de Joaquín García– como se sabe el gran gestor cultural de la Biblioteca y del Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía–, el fallecimiento de algunos historiadores, la pandemia que nos arrinconó a todos), Monumenta Amazónica, el semiparalizado proyecto estrella del CETA, según lo vertido por Víctor Lozano, ya tiene renovado su Comité Científico y está en marcha el nuevo libro que continuará la saga de los 43 ya publicados.
Como se ve, las iniciativas de apoyo parten de instituciones extranjeras o capitalinas. Y es notoria la orfandad del estado regional para este propósito. Todo «este acervo se encuentra sometido a la precariedad y al albur de la buena voluntad, antes del CETA, ahora del Vicariato», agrega el Director de la BAI.
«Teóricamente, la Biblioteca Amazónica de Iquitos no puede ser apoyada por vías oficiales porque está en manos privadas; pero eso solo son medias verdades», enfatiza Víctor Lozano. «El Gobierno del señor Alván Acosta apoyó la Biblioteca y remodeló el edificio que hoy nos alberga desde 1992, edificio que no solo es público y patrimonio nacional, sino el más antiguo y noble de Iquitos, por ser la sede tradicional del gobierno local».
Pero, además, en este gran edificio de estilo neoclásico, terminada su construcción en 1863 por orden del Presidente Castilla, en la calle Malecón Tarapacá 354, de cara al río y a los bosques –su segundo piso se construiría en 1902–, se encuentra no solo la memoria de los pueblos, sino buena parte del patrimonio cultural e histórico de la región.
Gran parte de la información bibliográfica de la BAI abarca temas amazónicos y sobre la ciudad de Iquitos. Alberga la primera edición de la obra completa de Charles Marie de La Condamine; la Real Academia de la Historia de la Historia General y Natural de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo; y El Perú, de Antonio Raimondi, así como un facsímile del Mapa, de Juan de la Cosa y el mapa amazónico del s. XVII, de Samuel Fritz.
The Amazon Journal, de Roger Casement, es otro importante documento histórico que habla sobre los crímenes contra los indígenas. Además de una mapoteca, la BAI conserva los archivos personales de Alfonso Navarro Caúper, y periódicos locales como El Eco y La Razón, y la hemeroteca comprende publicaciones desde 1890. Todo lo anteriormente enlistado es patrimonio de la región, por tanto, bienes todos intangibles, inajenables y públicos.
Pero acecha un peligro, asoma la amenaza de la indiferencia que hace más daño que los ataques objetivos. De no firmarse el convenio para que la Biblioteca tenga carácter legal en este lugar donde fue creada, dado que las leyes actuales no le son favorables, la Biblioteca Amazónica de Iquitos tendría que dejar el segundo piso de la Prefectura, este bello inmueble que pareciera haber sido deliberadamente, más de un siglo atrás, diseñado y construido ex profeso para albergar y acoger un patrimonio que nos corresponde a todos.
Con el caudal cultural que la Biblioteca Amazónica atesora resultaría hasta ridículo el desdén de los organismos regionales. Víctor Lozano hace un paralelo equivalente a lo que sucede en la esfera nacional. «Así como la Biblioteca Nacional es atendida por el Gobierno Nacional en sus muchas y variadas necesidades, la BAI tiene su equivalente en el Gobierno Regional a quien corresponde conservar y promover su propio patrimonio, sin recurrir a innobles subterfugios».
«¿Es un delito sacrificarse juntando un patrimonio para ofrecerlo al pueblo loretano y a la comunidad lectora y estudiosa local, nacional e internacional?». «Pues pareciera que sí», al mismo tiempo se responde.
Queda en el tintero la firma de este convenio. Ojalá que a quienes corresponda, expuestos estos argumentos, sepan comprender en real magnitud el papel de la cultura en un pueblo, en este caso sobre el pilar de la Biblioteca Amazónica en Iquitos y la región. Y esta vez, a diferencia de los estropicios y agresiones, y miradas de desdén que recaen normalmente sobre la cultura, haya más bien un gesto concreto que ya sabemos cuál tendría que ser. Veremos, pues, a qué altura se encuentran las autoridades.