Julio Ramón Ribeyro.
“Tengo unas ganas enormes de abandonarlo todo, de perderlo todo” – Julio Ramón Ribeyro
“Después de haber dado los golpes, soy yo ahora el que los recibe y duro, sin descanso, como la buena bestia que soy. Pero no son tanto los golpes lo que me fatiga, pues mi piel es un solo callo, sino el calor de la selva. Yo he vivido siempre a la orilla del mar, respirando el aire seco de Paramonga, en una costa sin lluvias y aquí todo es vapor que brota de los pantanos y agua que cae del cielo y plantas y árboles y maleza que nos echa su aliento de ponzoña. A cien metros de nuestra carpa corre el Marañón, de tumbos colorados y terrosos y, al otro lado del Marañón, los montes silbadores, cada vez más apretados y húmedos, que llegan al Amazonas. No sé cómo puede vivir la gente aquí, donde se suda tanto. Duermo en una hamaca y al enano Max le pago cincuenta centavos para que me eche baldes de agua durante la noche y espante a los murciélagos. Nuestro patrón dice que pronto nos iremos pues todos los soldados de Baguas han visto ya nuestro circo y están cansados de oír a los payasos repetir los mismos chistes. Pero si nos quedamos es porque aún no ha venido la gente de Pucará y de Corral Quemado y porque aún podemos llegar a Jaén recorriendo otros campamentos. Odio esta vida y me iría a los mares si alguien quisiera hacer algo de mí —¡ya han hecho tantas cosas!— pero me quedo por Irma y por Kong, el animal, la estrella.Las autoridades de Camaná, en Arequipa, piden a gritos ayuda porque han pasado de tener un muerto cada 15 días a tener cuatro al día, y parece que nadie quiere escucharlos”.
El párrafo anterior pertenece a “Fénix”, uno de los cuentos de Julio Ramón -sin el apellido porque suena más poético- y seguro uno de los más extensos. Dedicado a Javier Heraud, el poeta que -junto a César Calvo– ganó el Premio Nacional de Poeta Joven cuando nadie presagiaba que, también moriría joven. Eran los años en que -dicen los reseñadores- la juventud de todo el mundo declaraba abiertamente su amor por la libertad y la poesía. Y he caído en la lectura de este cuento de Julio Ramón en momentos que necesito con urgencia oler a río, mirar el río, surcar el río, desafiar al río. No esos ríos de la Costa que, aún llamándose “hablador”, nunca adquieren la inmensidad de los ríos amazónicos. Y en ese cuento se habla del Marañón, se escribe Amazonas y, en todo el cuento, uno se divierte, reflexiona y cruza la frontera imperceptible de la racionalidad con la enajenación.
Ya sé que quizás no debo escribir de cuentos y escritores. Ya sé que tan solo basta mirar el celular para que todo sea muerte y destrucción. Sé eso y más. Lo que nunca sabré entender es el empeño colectivo por la autodestrucción. ¿Cómo evitar las noticias si la chamba tiene como materia prima la información? ¿Cómo deshacerse de las malas vibras si apenas uno prende el celular le entra la llamada para un nuevo obituario? ¿Cómo ponerle buena cara a la tristeza, talvez apelando a Fénix? ¿Cómo evitar la realidad sumergiéndonos en las fantasías literarias de hombres que han hecho de la escritura una evasión de ese mundo?
Sólo había echado mano a “Los gallinazos sin plumas” cuando “Un domingo cualquiera” o “Los merengues” y muchos más son obras maestras que el autor nunca imaginó servirían tanto en una pandemia. Pero así nos encontramos hoy. Fuera de la realidad. Esperando que vengan tiempos mejores. Pensando que la lectura no sólo es un refugio permanente sino una válvula de escape de un mundo que nos lleva a otro hemisferio. Gracias, Julio Ramón. Porque en esa “Palabra del mudo” se evidencia que, salvo la literatura, todo es ilusión. Que transcribir siquiera una parte de tus obras en caligrafía “Palmer” debería ser una tarea para la casa y seríamos mucho mejor. Que esos personajes excluidos nos llevan por los caminos de la vida, que no son como tú pensabas, no son como tú soñabas y, sin embargo, de la mano de tu pluma desesperada calman a seres desesperados por esta tragedia humana que, como muy pocos lo saben, no es virus mismo sino la humanidad que intenta destruir.