ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

Mary Celis Salinas, Toño Meza, Jorge Nájar, amazónicos que sirven de pretexto para que el autor, reafirme su amor a Iquitos y, de alguna forma, ratifique la esperanza de un mundo mejor. Prestando de cuando en cuando frase de canciones va surcando por hechos que nos trasladan a un territorio soñado donde los diablos no pueden estar ausentes.

Dice Enrique Vila-Matas, a través de Celia, uno de los personajes de “Dublinesca”, que “no hay lugar mejor para el entusiasmo que los Estados Unidos. Y eso que la vida allí es para ella puro teatro, conectado permanentemente con el vacío”. Parafraseo a Vila-Matas y solo quito Estados Unidos y pongo Iquitos que, ojalá, algún día sea visitado por el escritor español.

No hay lugar mejor para el entusiasmo que Iquitos. Como pocos saben, cada vez llego con menor frecuencia a la Isla bonita o Isla grande. Y, en cada estancia, encuentro a camaradas con los que el denominador común es lo mal que hacen su chamba las autoridades, las equivocaciones permanentes de los electores que al día siguiente de los comicios ya andamos quejándonos del error colectivo. No hay charla donde los loretanos dejemos de quejarnos de los servicios públicos y contamos historias del vecino que tiene un comportamiento despreciable.

Pues, al reiniciar estos artículos, después de un bimestre de sequía, quiero ir por el lado contrario. Dar la contra. Para seguir con la costumbre, ir por donde se dirige la minoría. No seguir al tumulto. No estar pendiente por donde se dirige la manada. Sino mirar por los costados. No seguir a quien grita el gol sino ver la actitud del arquero cuando su valla ha sido vulnerada.

Cómo no te voy a querer Iquitos. Cómo no tener orgullo de haber nacido bajo este manto esplendoroso de tu cielo tropical. Cómo desconocer que en varias cosas, muchas cosas, hemos cambiado para bien. Porque tienes, además, la gracia de una joya tropical.

Saber que un hotel con nombre emblemático como “Cauchero” ha cambiado por obra, gracia y audacia de una mujer que lleva el nombre de Mary Celis Salinas. Ese lugar se ha convertido en apacible porque una persona terca -no como una mula, sino como ninguna- se ha empeñado en que no basta hacer las cosas sino hacerlas bien. Al puro estilo de las Confesiones de San Agustín. Y en ese afán celebra con entusiasmo el día de la canción criolla. Tres días antes de aquella noche ya no tiene espacio para más gente. Se han agotado las entradas y, como sí ocurría antes, ya no está preocupada por la ausencia de público sino porque es imposible colocar más mesas, sillas y vasos. Y pensar, digo mientras me alejo del hall a donde he acudido por asuntos que no es materia de este artículo, que hace un par de años ella misma estaba a punto de tirar la toalla y alguien le convenció para que reinicie su carrera burocrática y otro alguien se encargó de inundar las redes con versiones difamantes con el propósito de desembarcarla, creyendo que con ello la destruían. Cuando, cómo es la vida ¿no?, ese hecho fue el mayor impulso para ratificar que desde lo privado se puede hacer un bien público. Hoy el “Cauchero” es otra cosa, mariposa. Cómo no te voy a querer, Iquitos, si las iquiteñas hermosas se pasean como diosas con perfume de pasión.

Saber y ver a un artista que una mañana de octubre, cuando la ciudad recibe con atraso la garúa de junio, coloca su caballete en una parte del malecón Tarapacá y saca su brocha con la mayor libertad del mundo para retratar la fachada del Hotel Palace. Perdón, ya no es hotel sino la oficina del jefe de la región militar. Ese artista no está en vainas. Quiere pintar al aire libre con total libertad. Sabe que con su pincel no sólo está trazando las líneas de una obra arquitectónica sino que en ellas está impregnada la historia misma de este pueblo llamado canción. Cliver Flores, profesor al fin, ha decidido salir de las aulas y tomar -a su manera- la calle. Desde lejos observo su trabajo. Antes hizo lo mismo con el edificio de la Prefectura al igual con el Colegio Sagrado Corazón. Ha dicho, a quienes han querido escucharle, que es un proyecto personal que él llama “Pintando la zona monumental de Iquitos”. No sólo eso, lo que Cliver está haciendo es mucho más. Nos está diciendo, además, que con su arte, con esa callada manera, mira por el lado de la creación, en medio de tanta destrucción. No se ha dejado llevar por el desánimo. No se ha dado golpes de cabeza, menos de pecho, porque los que deben impulsar el arte andan de impulsadores de majaderías. Cliver, pintando, también está educando. Y su soledad es el reflejo de la sociedad que, si nos miramos a un espejo, se replica en otros rubros. Cómo no te voy a querer, Iquitos, si cuando llega la noche la luna baña en plata al Amazonas sin par.

Tener la oportunidad de comprobar que la perseverancia de algunos no puede ser destruida por la extravagancia de otros. Vagancia de otros, es mejor decir. Sí, porque hay personas que en su afán de acumular riqueza demuestran su bajeza. La rima es fácil. Lo que no es fácil es comprender a los obtusos. Ha llegado a la redacción de Pro & Contra la información sobre la colocación de unas letras con la palabra Iquitos en la Plaza de Armas. La primera versión es que eso no puede ser, que ningún empresario tiene que usar un lugar público para promocionar su marca. Eso y otras cosas más. Una vez más, quizás cansado por el tiempo en el oficio, indago, averiguo y compruebo que un emprendedor ha decidido qué hacer: instalar las letras I-Q-U-I-T-O-S para que los visitantes y oriundos se tomen una fotito, un selfie y se vayan con su retrato por el mundo. Pero, claro, ahí está el pequeño empresario -sí, pequeñísimo, que quiere tener el monopolio de la diversión y perdición- para no morir en el intento de matar iniciativas que mejoran el ornato. Sí, ahí está el creyente del libre mercado que, teniendo su negocio en la Plaza de Armas, es dueño de la plaza y cuando siente que alguien le desplaza entra en pánico. Consulto a la DDCL, averiguo en la MPM, indago sobre el que tuvo tan bonita iniciativa. Así, luego de muchos intentos, llego donde Toño Meza, quien estaba preocupado en concluir con la instalación de las letras. Pero la gente, que a veces es tan cruel y despiadada, no espera más y comienza a tomarse fotos en todas las horas y todas las posiciones. Como en Iquitos de todo se entera y hay que saber separar el trigo de la paja -yo sé lo que les digo- me he tomado el trabajo de averiguar todo. Así, luego de conocer que el señor Toño Meza fue el de la iniciativa y que ha seguido todos los pasos burocráticos para que la plaza se vea más bonita, no me queda más que alegrarme que sea la alianza pública/privada la que se encuentre en ese intento. Se van a colocar dos iguales en otros lugares. Mejor no dar la ubicación porque ese mismo empresario -sí, el que manda cerrar discotecas, el que corona a sus dizqué muñecas y provoca por el momento esta expresión: beto’ a saber- tratará que se aborte el proyecto. Colocar la palabra Iquitos en lugares públicos con la intención de embellecer la ciudad no es una obra monumental. Absurdo fuera, decirlo así. Pero nadie negará que contribuye a sentir orgullo por el terruño y, ya se sabe, que muchos creen que eso no es lo suyo. Sin embargo, viéndola en otras ciudades, Toño Meza, ha decidido replicarla. Cualquier repetición, en este caso, no es una ofensa. Cómo no te voy a querer, Iquitos, si tienes un bello malecón.

El poeta Jorge Nájar ha llegado a Iquitos. Él, ha confesado a varios, ha sido concebido en la capital del departamento de Loreto, ha nacido en la ciudad de Pucallpa, ha crecido en la hoy capital de la región Loreto y ha vivido en París. Vive en París. Viene cada tres años a Perú. No anda con esos ajetreos de sentirse o pucallpino o iquitino, iquitense o iquiteño. El gentilicio es lo de menos. Lo de él es poesía. Todo es poesía. Comenzó con sonetos y talvez termine en panfletos. Le conozco de la cabeza a los pies. He oído su pensamiento y he seguido sus pasos. Es una forma de conocerlo de la cabeza a los pies, ¿dí?. Nájar es profesor y, aunque no lo fuera, cuando uno dialoga con él siente que aprende en cada palabra, en cada gesto, en la gesticulación, en la articulación de las frases. ¿Es un mar de conocimiento? Quizás sí, quizás no. Es un río interminable de palabras, sin duda. Por esas cosas bellas que tiene la vida, hemos coincidido en la presentación limeña e iquiteña de uno de sus poemarios. El que le valió el premio Copé 1984. Así, nos hemos sentado en la zona del boulevard de Iquitos a conversar con Percy Vílchez, Bico Dávila, Carlos Reyes y Gerald Rodríguez y no hemos caído en la cuenta horaria. Cómo no agradecer a quien corresponda la fortuna de participar en una charla al aire libre, lejos del ensordecedor ruido de los tubos de escape, alejado de eso que algunos llaman civilización, despercudido de los olores a veces nauseabundos que nos obligan a respirar los que se enriquecen con el recojo de basura. Cómo no dar rienda suelta a la imaginación rodeado de tantos poetas. Nájar, con su poesía y cortesía, ha renovado la esperanza y ha hecho de su estadía en Iquitos un canto de amistad, de buena vecindad que “unidos nos tendrá eternamente”. Cómo no te voy a querer, Iquitos, si eres cuna de sol y misterio y mañanas de cristal.

Cómo no te voy a querer, cómo no te voy a querer. Repito insistentemente. Aunque cada vez el regreso a Iquitos sea menos frecuente y, quizás, esa sea la razón de amarte eternamente.