Por Marco Antonio Panduro
Tres semanas atrás, par de días antes de la celebración oficial del 160 aniversario de Iquitos –el 3 de enero para ser exactos– hubo tal afluencia de gente en la Biblioteca Amazónica que hace suponer que las discusiones sobre la fecha original de la fundación de esta ciudad, al menos como puerto fluvial, es tema abierto que suscita velado interés.
El motivo exacto fue la presentación del libro EL PROGRESO DEL APOSTADERO DE IQUITOS, escrita en 1868 por Francisco Emilio Fernández, presentación que promovió Martín Reátegui Bartra, acompañado de Enrique Sicchar y de Gonzalo Maguiña.
Este libro y la carta de Manuel Ferreyro en 1863, también presentada aquella noche, «aclaran una farsa histórica que se ha institucionalizado en la ciudad y muestra la nula importancia de las autoridades por la historia», señala Martín Reátegui, hombre que anda en permanente pesquisa a la desconocida y a veces distorsionada historia de Loreto.
Y es que, claro, leído el documento de marras, pareciera que la institucionalización del 5 de enero como fecha fija e inamovible se fue dando más bien como el pasar de un dato de boca en boca de un mensaje serio y crucial antes que la rigurosidad de las fuentes para con la historia.
La publicación en mención, como documento gráfico, es inobjetable sobre este punto. La bitácora abre sus páginas diciendo: «El 26 de febrero de 1864 llegó a Iquitos a bordo del vapor Pastaza, que remolcaba el Bergantín Próspero, el señor capitán de navío graduado don Federico Alzamora, como mayor de órdenes, para hacer los primeros arreglos al Departamento […]»
Pero no es la única versión ni última posición la de Reátegui Bartra, la Enrique Sicchar y la de Gonzalo Maguiña, quienes promueven esta reescritura en el acta de nacimiento de la ciudad con base documentaria. En 1986, José María Arroyo retrató, casi como un delicatessen, este absurdo que sus mismos protagonistas nacionales fueron víctimas ingenuas del desinterés y la ignorancia.
En el texto publicado en uno de los números de Kanatari, el 17 de agosto de 1986, se lee:
«El 5 de enero del 1964 se celebró solemnemente en Iquitos el primer centenario de la ciudad. Fue una inolvidable festividad. Se había trasladado a Iquitos el presidente de la Republica Fernando Belaunde, el arquitecto del nuevo Perú, depositario entonces de tantas esperanzas. […]. Se celebró como no podía ser menos la misa solemne con el canto del Tedeum y con la peculiaridad de que el señor presidente y su séquito iban ataviados de rigurosísima etiqueta de frac y sombrero de copa, en fin, todo esto una celebración inolvidable, y todo esto para qué. Porque resulta que si se revisan los archivos y todos los documentos que hacen relación con la historia de Iquitos, en ese 5 de enero de 1864, no sucedió nada, absolutamente nada que pueda relacionarse con la fundación e historia de la ciudad, porque Iquitos no tuvo propiamente una fecha concreta de fundación con levantamiento de acta, trazado de calles y todas esas funciones y solemnidades que suelen llevarse a cabo en tales ocasiones. Iquitos fue naciendo a medida que el movimiento misional de los jesuitas se iba extendiendo lentamente por los ríos Itaya y Nanay, a mediados del siglo XVIII. Si se pretendiera dar algún año, no fecha de la posible fundación de Iquitos, el más aproximado sería el de año 1861, fijado por el padre Avencio Villarejo como el más acertado, porque aquel año el célebre Bahamonde fundaba la reducción San Pablo de Napeanos para que Villarejo considerara la base sobre crecería el futuro Iquitos. De manera que anduvieron muy despitados los sesudos barones de la comisión del centenario de Iquitos, que establecieron la fecha definitivamente fijada, el cinco de enero de 1864 como fecha oficial de Iquitos, ni siquiera es válido el pretexto de la llegada de las naves enviados por el Mariscal Ramón Castilla porque en ese día de ese año no llegó a Iquitos nave alguna».
«No sucedió nada, absolutamente nada», enfatiza el texto de José María Arroyo. Entonces, si no sucedió absolutamente nada aquel 5 de enero hace 160 años, qué hacemos celebrando una fecha inexistente. Sobre este punto, Gonzalo Maguiña coincide plenamente. Hay razones para una nueva y verdadera partida de nacimiento. Primero, la fundación de un pueblo es historia y no ficción y se sustenta con documentación requerida. De manera tal que teniendo esta a la mano, habrá que dar trámite al expediente. «La historia es la madre de todas las ciencias y lo que nos hace civilización», añade. Mantenerse en las celebraciones del 5 de enero sería como querer, solo por capricho o testarudez, que navidad se celebra, por ejemplo, un 25 de noviembre.
Para Enrique Sicchar, el traslado o la permanencia del 5 de enero o del 26 de febrero, no cambiaría en perspectiva. «Hay gente que podría celebrar en cualquiera de las fechas posibles. La cuestión es ir más allá de estas y cuestionar, más bien, cómo se ha ido manipulando la historia a conveniencia de ciertos actores».
«La tarea es recuperar la memoria de nuestros pueblos y reescribir nuestra historia. No desde el punto de vista de los que ganaron sino de aquellos que no tuvieron voz», señala.
A Reátegui Bartra le parece que estas pruebas que demuestran el error y la insistencia en que han caído algunos sirva para la autocrítica. «El 5 de enero aparte de ser una fecha falsa, llega con la resaca de navidad y año nuevo», añade. «Que lo cambien o no es un tema burocrático, lo que importa es que la gente sabe que es un error y observarán al que insiste que le agrada cabalgar en las mentiras».
Recogiendo opiniones, estas suenan divididas. Un grupo se pregunta en qué cambiaría la historia de una ciudad y reciben con escepticismo esta propuesta que no es nueva, por cierto –en la carta está documentada la revocatoria de la fecha del 5 de enero, en 1963–, y agregan que es muy tarde para promover cambios.
Otros consideran que la actual, la del 5 de enero, es una fecha apócrifa y vacía y la migración hacia el 26 de febrero como «Fecha de celebración como puerto fluvial sobre el río Amazonas» sería como refundar Iquitos.
En todo caso, el tema tendrá que ponerse sobre la mesa y atenerse a la indiscutiblilidad de las pruebas. Dentro de los participantes, considerando la reactividad del loretano, refractario a los cambios, más por temor a lo nuevo o sesgo hacia quien lo dice que por respeto a la tradición, se exhortó a quienes estarán a cargo de evaluar este “hallazgo”, por decirlo así, lean el explicito mensaje documentario y eviten fijarse en el mensajero.