Por Marco Antonio Panduro.

Imagina que acabas de llegar a casa. Que son cerca de las seis de la tarde. Imagina que cargas el peso de las horas que se iniciaron muy temprano. Imagina que te hace falta un baño. Que quieres “plastarte” en tu favorita mecedora frente al televisor. Imagina que no es “Imagine” de John Lennon lo que se ha colado por tu sala, sino el reguetón que sacude las paredes de tu casa del bar de al costado.

Ahora… el sonido de una aspiradora que arroja 60 decibeles. El aparatucho doméstico ya superó en diez lo que el oído de un humano puede tolerar sin sentirse aturdido. Ahora imagina la discusión en la calle, a gritos, de dos mujeres, que alcanza los 70 decibeles. Ahora, el claxon del auto, los tubos de escape de los mototaxis, la mole que es el camión de carga pesada, toda esta ensalada de ruedas, fierros y motores hace 80 decibeles en la calle.

Estás en una discoteca en este momento, y los “boom boom boom” que suenan suman 100 decibeles. Esa es lo que martillea todos los días a cualquier hora, incesante, diariamente crónico, en la casa del vecino, del pobre vecino de quien nos estamos ocupando, porque pareciera que es el único con los sentidos bien puestos y el resto del vecindario son unos autómatas resignados que ni saben que la constitución los asiste, que la carta magna en su artículo 2 «garantiza de un ambiente equilibrado y adecuado al desarrollo de tu vida», aunque sepamos que eso es letra muerta, y porque tú ya ni crees que las instituciones funcionen por aquí, porque allí, adentro, en esas oficinas, están los “monkeys”, y porque como dicen, y no lo dice John Lennon, sino Wilfrido Vargas, el cantante caribeño, aquí “Por la plata baila el mono”. Y todo parte, y todo viene del inmueble –porque ¡qué hiciste para merecer esto!– al lado de su casa, del bar-cantina-tragoteca-discoteca.

E imagina que “no hell below us”, porque no hay infierno debajo de nosotros, como dice John Lennon, sino que está aquí, en tu suelo, en tu vecindario, en esta tu misma calle, lo que te produce el estrés, lo que te ocasiona la presión alta, el vértigo que te ataca de pronto, el insomnio puntual, los pálpitos sin justificación.

Esto ya es insoportable e intolerable y hay que ponerle coto a este drama que lleva dos años, porque caíste en la cuenta, cuando fuiste a la municipalidad, de que el funcionario que ve esto de los asuntos del ruido ambiental está emparentado con el jefe de patrullas del serenazgo y que el dueño del bar discoteca es pata del alma del jefe del serenazgo y el del serenazgo se enlaza con el funcionario “de arriba” que ve esto del asunto de los ruidos, y resulta que es un triunvirato invencible, y tu denuncia cae en saco roto. Y a tu drama se le suma que vives en la periferia, en el cinturón de la ciudad, y aquí es la ley de la selva, que si estuvieras en casco monumental, bueno, alguna posibilidad tendrías de que tu caso fuera visto como en la zona urbana a veces lo hacen.

E imagina, mientras John Lennon sigue cantando y sus dedos tocan las teclas del piano, que en la capital hay un ciudadano como tú que conoce sus derechos y le ha plantado cara a misma la rectora de San Marcos por “la bullaza” que sale del estadio de la universidad. Y al poder judicial ya ingresó su denuncia que es penal.

Pero no imagines la frustración de padre porque su niño medio como no le entra a las matemáticas, tampoco a las letras. No le atraen. Lo único que tiene claro es que ni sus dibujos animados puede ver porque en la sala sigue retumbando el reguetón del bar-cantina-tragoteca-discoteca de la bestia, del animal este que jura que en los metros cuadrados, en el espacio físico que le pertenece se queda el estrépito que sale de los parlantes que están a punto de reventar. Y hasta dicen que es bar “fachada” de dinero mal habido, porque debería llamarse “lavandería”, y la cara de delincuente suma una variable a la ecuación del problema.

John, sigue con su «You may say I’m a dreamer», e imagina (te) sacando un vídeo porque tu desesperación de soñador, tu impotencia es tal que ya te parece que es la única vía, a ver si por las redes sociales alguien hace algo, alguien te entiende y hace espíritu de cuerpo y se suma a la lucha contigo. Si a alguien le pasa lo mismo en el otro lado de Iquitos, y crean un colectivo, y van sumando, y van sumando.

Imagina –mientras la melodía de “Imagine” de John Lennon y su lírica de un mundo sigue en armonía–, volver a casa y encontrar el silencio de la sala, del estudio, de la habitación, la paz que te hace falta. Y de pronto, sobresaltado, el vecino despierta del pequeño sueño en la mecedora, porque el reguetón sigue retumbando en su sala, con el televisor apagado, que viene del bar que va a seguir sonando por siempre, y tú tengas que vender tu casa al tipo de la tragoteca-discoteca para que siga expandiendo su negocio, porque él ha ganado, y se ha salido con la suya, y tú desaparezcas del mapa, y te vayas más allá, lejos, a buscar silencio, y de pronto en tu nuevo barrio, aparece otro igualito al dueño del bar-cantina-tragoteca-discoteca de la calle que dejaste y la historia de tu infierno se repita. « I hope someday you’ll join us / And the world will live as one».
«Imagine».

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