Hace unas semanas vimos la película “Roma” y nos gustó mucho, lo que más me llamó la atención, en la parte formal, que fuera subtitulada en el español/castellano que se habla en esta parte de la península. A priori pareciera que estábamos ante otro idioma ¿Dónde están los trescientos o más millones de hablantes?, ¿o la utópica patria al lado otro del charco? Me explico, como experiencia individual venía observando esa división hace mucho tiempo. Sobre todo en las novelas traducidas de escritores de lengua no castellana, quien las traduce –por lo general un español de la península, lo hace con el idioma de uso diario y de un contexto determinado. El uso frecuente de palabras para un lector latinoamericano puede quedar en fuera de juego ¿necesitamos también subtitular o llevar a pie de página lo que dicen en las novelas?, con tanto pie de página la lectura seguro que se hace farragosa. Muchas veces durante la lectura tenía que preguntar a F para no estar en el limbo. Por ejemplo, decir estar fetén es estar bien, bueno, estupendo. Claro, muchas veces, esta palabra se emplea dentro de un contexto muy concreto, madrileño y alrededores para más señas. Esa misma situación, lo comenté, me pasa en los vuelos de Iberia para cruzar el charco. Encuentras películas donde te dicen en que versión de castellano la quieres escuchar en el de España o de Latinoamérica. Esas divisiones son tan reduccionistas (con grumos de pose imperial de nuevo cuño) que dividen al mundo en dos: el de España y el resto, como si todos los latinoamericanos habláramos el mismo castellano o que tuviéramos un castellano estándar para todo Latinoamérica ¿están mamando gallo?¿qué quilombo están armando? Hace poco vi una película irlandesa traducida por patas mejicanos. Con la alusión a la chingada y otros localismos que ignoraba, en verdad, sentía que me perdía en la película. Por lo visto el debate está servido. Pero abogaría porque los castellanos parlantes hiciéramos un esfuerzo para entendernos con todos nuestros localismos. Así ensanchamos al idioma. Ahí está la riqueza de la lengua.

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