Ginebra (II)
Por Miguel DONAYRE PINEDO
Caminar por las calles de Ginebra es un goce sin igual. Hay muchas plazas y parques con árboles y bancas para sentarse y pensar, incentivan el buen ocio. Por la ribera del Lago de Ginebra escuchas hasta las olas de sus aguas cuestión que volvería loco a cualquier iquiteño que necesita de la bulla como el aire a los seres vivos. Es impresionante que no haya ruido – de vez en cuando un torpe conductor hace sonar el claxon [aquí en Madrid los decibelios están muy altos si no es el vecino es una obra del Ayuntamiento]. De lejos se advierte ese potente chorro de agua que quiere raspar el cielo Jet d´eau. Los automóviles respetan a rajatabla el paso de peatones – mejor no comparar porque nos cogería una depresión de elefante. Esto hace que sea un paseo memorable. Se divisan muchas bicicletas y los ciclistas llevan casco de protección – en Isla Grande sería imposible persuadir que lo lleven. El Ayuntamiento al visitante regala vales para el transporte público, es gratis – imaginan al Municipio de Isla Grande regalando pases de servicio público gratis en motocarro, sería para partirse de risa y el visitante saldría chalado. Pero nosotros no queríamos salirnos de nuestro religioso guión de visitas. Esta vez era ir por el barrio judío o mejor dicho husmear la huella judía en la ciudad. Así llegamos a una Sinagoga, Place de la Synagogue, la miramos por fuera, se advertían muchas cámaras de seguridad y una persona de barbas de tirabuzón cerraba una puerta. Al lado hay una placa que recuerda al holocausto judío. Hace poco esta sinagoga fue atacada salvajemente por unos radicales, la placa fue embadurnada de pintura con insultos y un judío con traje tradicional fue atacado brutalmente por un intolerante, dejándolo entre la vida y la muerte. Eso me llamaba la atención que una ciudad multicultural como es Ginebra haya esos brotes de intolerancia. Es una pesadilla con la que convivimos.