Frontera de la sexualidad

Por: Gerald Rodríguez Noriega

 

Las cosas excelentes, advierte Spinoza, “son raras y difíciles” y esto no puede ser ajeno a todas esas criaturas novelísticas que marcaron su libertad y hermosura para hacernos ver cómo una pieza literaria cumple su más elevado objetivo artístico con su herramienta prosística que a su vez  tratan de ocultar las “supremas ficciones”. No menos que la “poesía”, en el sentido categórico en que la novela tiene sus fronteras, su pulso de tragedia, sus embelesos, incluso, aunque de modo infrecuente, su soledad oculta, se supo imponer en el mercado por la evolución en sí mimas en sus distintos estilos que merecen ser motivos de comentarios, que dejan huellas, ruidos de fondo compatibles con aquellos que solo fueron aves incendiadas en sus pasos por el tiempo. La novela es un animal que habla, pero las buenas novelas son aquellas que rugirán todo nuestro sentido de belleza artística y literaria en nuestra relación con el mundo y que nos enseñan a pensar en nosotros mismos.

Pero la estilización poética  de la cual se valen algunas novelas son las criaturas raras del bestiario que con cariño acariciamos cada vez que volvemos a leer aquellas piezas que nos causan ternura y horror.

En ese pasto novelístico tenemos a “La casa de las bellas durmientes”, del novelista japonés Kawabata Yasunari (1899-1972), gran fuga novelística publicada en el año de 1961, dentro de un paradigma gobernado por el lirismo y el impresionismo. Muy minucioso en el interior de sus personajes, Kawabata trastoca un lenguaje adyacente a la poesía pura para adentrarnos al corazón humano como símbolo de nuestro propio mundo post moderno lleno de decadencia e idealismo. Rebelde de cualquier moda, Kawabata lo que busca rivalizar es  la pura y bárbara sensación sexual de la imaginación y belleza alta que puede adoptar un cuerpo humano, fronteras que muchas veces nos dividen entre la razón y la estética.

Eguschi, personaje principal de la novela, no solo representa nuestra decadencia  social y humana, al ser advertido que podrá dormir con las mujeres que el anciano le proponga sino que además de ello no las podrá tocar, solo observarlas y gozar de aquella luces estéticas que resplandecen de los cuerpo femeninos y jóvenes. Todo un enfrenamiento brutal sexual que rompe los sentidos para llenarse solo de belleza que alimenta el alma. Un enfrentamiento entre el sexo y la pureza de un cuerpo que deja de ser objeto de pasiones y que solo alimenta los más profundo de los sentidos. Asistimos entonces a una guerra  del deseo, como un sentido único de dependencia irracional que se ha ido heredando por siglos en nuestros genes y su contra parte, el solo poder gozar con la mirada de lo que el cuerpo no puede, acostumbrado a un capricho sexual, a asistir solo con los aojos a lo que nos deja la pureza de la mirada. La negación de lo que se debe cumplir con lo que creemos que somos dueños con sentido, se niega así para comprender que el más alto placer no está en lo que debe salir de nosotros mismo sino de lo que debe entrar para alimentar nuestra tranquilidad y pureza que habríamos eliminado por el sensacionalismo que el tiempo nos habría de dejado. La más alta negación es gobernada en dicha novela como un simple reflejo de lo que somos y lo que deberíamos ser. No hay moralismo, solo asistimos a ver la contraparte de nuestras costumbre. Si uno paga por un servicio sexual, pues debe darse la compensación de la pago, se diría racionalmente, pero Kawabata bocabajo aquel racionalismo elevándole de pura contraposición en los intentos de Eguschi por hacer prevalecer su raciocinio.  Nadie paga por un cuerpo que no cumpla con el deseo de quien paga, pero en la novela este raciocinio expresa la caída existencial del hombre, por haber convertido un sentimiento puro arropado de deseo en un negocio. Eguschi en su experimentación de la negación descubre el más alto potencial de pureza al solo observar aquellas criaturas tibias, líricas y hermosa que solo termina por representar en él lo más importante que el contacto físico.

¿Habrá algún sentido en la existencia de la negación de algo por la cual ya estamos acostumbrados? La humanidad post moderna no comparte la otra orilla de la razón pura y solo se ha limitado a llegar hasta las primeras olas, que por supuesto son las más bravas y que adelante de ellas esta una extensa tranquilidad.