Comprensión de lectura

Escribe: Percy Vílchez Vela

En el laberinto sin salida de la desesperación el personaje literario Esteban Dedalus, pronunció la conmovedora frase: “No me quebrarán” Ajeno por completo a la rebeldía, a lo agónico, Loreto languidece en la crisis, la quiebra, en lo referente al rubro de comprensión de lectura. Desde hace años ocupa como si nada el último lugar. Toda repetición es una ofensa, en efecto, más tratándose de un menester tan importante para cualquier sociedad. La lacra entonces sigue persistiendo y todavía no se hace un plan serio para salir de esa calamidad. Ello es un fraude flagrante a la vasta región de este país iletrado.  

En el ímpetu de los días con sus noches, en el tráfico de las cosas, la noticia sobre ese último lugar pasó desapercibida. Nadie tuvo la audacia o el coraje de decir esta boca o esta trompa es mía. Algún comentario surgió por allí, una pequeña nota informativa apareció por allá. Nada más. Se perdió una gran oportunidad de dejar de mirar nuestros ombligos o de enterrar el pico curvo en la arena para no enfrentarse a la dura realidad. Es que es más cómodo no decir nada, dejar que las cosas pasen. Después de todo nadie mira el abismo con placer. Pero resulta que todo silencio es cómplice de una desgracia universal para un lugar que merece otro destino.

La lectura es uno de los más importantes derechos humanos. El que no lee pierde la oportunidad de intensificar su vida, de conocer una pequeña dicha y de acceder al conocimiento. Los tiempos han cambiado y las bibliotecas ya no son los lugares donde se acumulan los libros, sino sitios donde está la sabiduría esperando a cada uno de los mortales. Y si una sociedad no se hace   cargo de esa nueva realidad corre el riesgo de extraviarse. Y Loreto entonces está perdido en lo iletrado, la ignorancia. Eso no es lo más grave. Lo verdaderamente trágico es que no hace nada para salir de esa situación.

El inconveniente mayor de la lectura en esta región es que se hacen cosas, pequeñas cosas, tenues esfuerzos. para beneficiar a los alumnos y alumnas. Los libros dispersos aparecen por aquí y por allá. Pero no hay un plan general de incentivo o de enseñanza y se puede decir que cada persona hace lo que puede. Que no es mucho. Al no haber un plan de acción se carece de un norte y los esfuerzos resultan estériles. Es decir, se pierde tiempo y todo parece ser el mínimo esfuerzo, el saludo a la bandera. A esa carencia se suma esa estafa conocida como literatura infantil.

La llamada literatura infantil es un equívoco moderno.  Nada tiene que ver con la calidad literaria, con la ardiente vocación artística, sino con el dictado del mercado. Las necesidades de las aulas, que se banalizan con una literatura ya dada con sus fábulas, sus buenos y malos, sus consejos, sus parábolas moralistas, es una falacia. Y hacia esa falacia se dirigen tantos parásitos que viven y trafican con el último lugar en comprensión de lectura de la región Loreto. La repetición de ese desastroso resultado no les dice nada ni les enseña a escribir. Es increíble que ello ocurra. Es como si una neurosis derrotista les agobiara y les obligara a insistir en lo mismo, sin fijarse en las cifras.

La sociedad en su conjunto tampoco se fija en el veredicto quemante de las cifras. El último lugar no es malo en sí mismo. Es después de todo la oportunidad de salir del sótano. Lo malo es seguir en esa ubicación sin intentar salir de perdedores. Lo grave es quedarse allí, como condenado de por vida. Eso es el fraude en realidad. Eso es la madre del cordero que lapida el futuro de generaciones. ¿En el mundo del conocimiento que harán los que apenas comprenden lo que leen?

La palabra Moquegua puede ser un trauma. Una ofensa. Pues esa región ocupe el primer lugar en comprensión de lectura. No se sabe que sean unos superdotados, que tengan 2 cerebros o que vuelen como los pájaros. Lo que sucede simplemente es que los moqueguanos tienen claras las cosas. Lo más importante es que tienen un bien definido programa regional de literatura para beneficio de los estudiantes. La estafa de esa literatura infantil que no sirve para nada o que sirve para peor no contrabandea por allí. ¿No podríamos imitar en algún momento esa saludable conducta?