Se ha escrito hasta el cansancio sobre la acumulación de dinero en la que están empeñadas las personas y dejan a un lado las cosas buenas de la vida. Se escribirá mucho sobre fama, poder y dinero. ¿Cuál es primero?, será la pregunta eterna. Dos casos terribles han sido abordados tenuemente por los medios nacionales y obviados por los regionales. La prensa internacional, sin embargo, llena ese vacío.

Kevin Spacey nos tenía asombrados con su actuación en la serie House of Cards de Netflix donde ratificaba su histrionismo hasta que una denuncia por acoso sexual inició su desgracia. Su fama se redujo a la mínima expresión. Está sumido en el ostracismo, dicen los entendidos para explicar su internamiento en una clínica para adictos al sexo. Eso no es todo. Si antes sus películas producían 300 millones de dólares por la asistencia de público a las salas, la última – El club de los jóvenes multimillonarios– no lleva más de seis espectadores y en su primer día de exhibición no ha superado los 618 dólares, según The Hollywood Reporter. ¿Cómo puede destrozarse en menos de un año una carrera hasta ese momento impecable de un actor cuya filmografía es extraordinaria? La fama te la quitan y te lo dan. Si antes todo lo que tocaba lo convertía en ganancia, hoy es repudiado por sus propios colegas. Tanto así que el cineasta Ridley Scott eliminó todas sus escenas en la película “Todo el dinero del mundo” y contrató otro actor para reemplazarlo. Su fundación, dedicada al apoyo de jóvenes actores, tuvo que cerrar sus actividades. ¿Por qué a Spacey no le tratan como a otros de su género que fueron denunciados por similares delitos? Tanto una explicación: Cuando salieron las primeras versiones de acoso sexual en su afán de defenderse Spacey trató de explicar su comportamiento recurriendo a su condición de homosexual, hasta entonces desconocida por la mayoría. Su respuesta fue fatal. Porque trataba de refugiarse en su homosexualidad para justificar el abuso que realizaba. Y eso no lo perdonarán ni los homosexuales ni el público cautivo que poseía. La taquilla es la prueba de ello. Desde octubre, en que hizo pública su homosexualidad y trató de explicar el acoso a un joven de 14 años, sólo se le ha visto corriendo por el área de la clínica The Meadows, en Arizona, donde -se afirma- trata de curar su adicción al sexo, opuesto se entiende. Es verdad que continúa con 4 millones de seguidores en Instagram, pero son indiferentes a lo que haga o deje de hacer. Es decir, está solo.

No menos terrible aunque por circunstancias diferentes es lo que sucede con Elon Musk, quizás el creativo más audaz de todo Sillicon Valley, en San Francisco. Este hombre, que con tan solo unas palabras en twiter puede provocar el alza en 7% de las acciones de su empresa y que cuenta con 8 millones de seguidores en Instagram y se calcula en 20 mil millones de dólares su fortuna, ha declarado al The New York Times que vive una etapa de estrés y cansancio y que por ello salió de Instagram. Sin embargo, los reporteros han dicho que Musk durante la entrevista no paraba de llorar porque, decía, estaba cansado porque trabajaba 120 horas semanales. “Ha habido veces que no he salido de la fábrica (de Tesla) durante cuatro días. Eso ha sido a costa de no ver a mis hijos ni a mis amigos». Está al borde del colapso físico y mental. “Ha pasado lo peor desde el punto de vista operative, pero en lo que se refiere al dolor personal, lo peor está por llegar». Qué, sí. Parece que sí. Han sido las mismas redes sociales que han dado repercusión a sus conflictos personales: Casado y divorciado tres veces (dos de ellas de la misma mujer, la actriz Talulah Riley), tiene cinco hijos. Hace tres meses trascendió su relación sentimental con la músico canadiense Grimes, de 30 años. Le persigue, a sus 47 años, esa imagen de millonario aventurero con aire de playboy y lleno de ideas excéntricas. Padece de soledad. Porque tiene una esposa en casa y no puede llegar a ella.

Si hay algo que tienen en común Spacey y Musk es la soledad. Esa compañera terrible que en alguna parte de la vida puede ser fructífera para la creatividad y la generación de fortuna pero que a una determinada edad puede llevar a la locura. Entre la fama y la fortuna no hay que descuidar la familia. De qué sirve preocuparse por alcanzar la fama con la fortuna, o visceversa, si la soledad será el camino a la enajenación. Casos como los de Spacey y Musk deben existir en Iquitos, ¿no?