A propósito de las últimas fotografías

ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel

Mario Vargas Llosa ha recordado en su última columna de “El País” que el sociólogo alemán Max Weber “diferenció muy claramente la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad”.

“El político de convicción obedece a sus ideas y principios antes que a otra cosa; el político responsable sabe que las ideas y principios son generalidades de difícil aplicación y que, en muchos casos, debe hacer concesiones, a veces muy amplias, para hacer avanzar su causa y las reformas que defiende”, afirma el Nobel de Literatura.

Hay que tener convicción y responsabilidad para ser político. Para gobernar más aún. Cuando de candidato una persona no exhibe condiciones mínimas de ambas cosas lo más seguro es que llegado al poder carecerá de convicción y de responsabilidad. Ejemplos recientes y antiguos hay a montones. Nombres ni qué decir.

Los partidos son los llamados a albergar en su interior a gente con estas características. No tienen que ser todos. Ni siquiera la mayoría. Pero serán lo que mantendrán en vigencia a la agrupación. Por esa carencia de personas con convicción y responsabilidad es que los partidos están en el lugar de hoy. Y sus líderes han sido reemplazados por otros que no sólo se alejaron de los partidos, sino que no tienen ni lo uno ni lo otro.

Por eso es que abundan los tránsfugas -oportunistas corrompidos- que están metidos en la política cuando carecen de condiciones anteriores siquiera a las convicciones y responsabilidades: dignidad.

La reflexión que hace Vargas Llosa sobre los políticos en España debería servir -tendría que servir- para cualquier sociedad grande o pequeña. Ya vemos que no es así. Porque el mundo ideal ha cedido espacio al mundo real. Es ahí donde las convicciones y responsabilidades han sido pulverizadas por el oportunismo y la falta de dignidad. Loreto ganaría mucho -para su futuro- si es que sus políticos siquiera tuvieran dignidad. No divinidad. Sino dignidad.

Claro, observar las últimas fotografías nos hace comprobar que nos vamos alejando de esos ideales y todos -de izquierda o de derecha- saben que “salvo el poder es ilusión” aunque en ese camino maten las ilusiones de los ciudadadanos.