Estambul, ciudad y recuerdos
Por Miguel DONAYRE PINEDO
Esas memorias reflejan las tensiones de profundidad que desarrolla una ciudad como Estambul. El sueño y ocaso del imperio otomano, la “turquirización” del país en desmedro de la pluralidad lingüística y de identidades. Las asimetrías del proyecto de modernización al interior de Turquía y, claro, de Estambul. Es un atragantamiento que no es fácil digerir, metabolizar, es como si faltara la vitamina B12 para una buena y fácil digestión. La población balbuceando un pasado fulgurante que les arroja a un presente lleno de incógnitas. Vive en una encrucijada dinámica e inspiradora de una suerte de ciudadano del mundo y de ciudadano arraigado a su terruño, a su ciudad. Que estando cerca le genera amargura y desde lejos ganas que la cosa cambie. Que se aleja del canon edulcorado, frívolo de su aproximación a su ciudad. Orham Pamuk propone una mirada a Estambul desde la amargura, desde la amargura existencial. De acuerdo con el diccionario de María Moliner, amargura, es un sentimiento de pena por un desengaño, una ilusión frustrada, una muestra por desagradecimiento o de falta de cariño, o una desgracia que envuelve frustración. Pero la amargura que propone Pamuk no es solo dolerse sino de caminar desandando lugares comunes. Combatir esa nostalgia de superficie. De sanar ese desengaño rebuscando fuentes y memoria. Hurgar en esas calles de pistas adoquinadas y de pobreza. Del Bósforo y sus mares de fondo. De la esperanza. Se opone a una occidentilización ingenua y pueril que son como guijarros en el zapato.