En el fondo de la alcantarilla

En el Perú de la fertilidad y del galán de barrio y de callejón, del mujeriego irresponsable  e inmaduro y de los don juanes piropeadores, el embarazo de mujeres adolescentes es una lacra. La maternidad incipiente es una de las más altas del continente y es una culpa social y una renuncia al porvenir. En  eso tenían que parar esos hogares con padres de varias camadas, padres ligeros y burdeleros,  padres torturados por vedettes en pocas prendas.  Padres sexualizados que recomiendan el condón para evitar las pestes rosas o no, en vez de proponer la lectura de un libro. En esa desgracia nacional,  Loreto de la sangre caliente y del deseo desbocado, ocupa el peor lugar. Ha  tocado fondo.

En el subterráneo de su alcantarilla, ocupa otro primer lugar. En lo malo y denigrante. El más grave de todos, porque compromete la vida misma, la sucesión, la posta para las nuevas generaciones.  Las madres adolescentes son legión en el ardiente Loreto de nuestros vacilones y llantos.  Son legión esas pobres niñas y nadie nos gana en el país incaico. Porque desde hace diez años  seguimos en la punta, lejos del destino bajopontino del equipo albo. Cerca del primer lugar mundial en falsificación de dinero. Siempre adelante en lo peor.

En el vasto Loreto de   nuestros amores y enconos, la región de la maravilla natural amazónica, del bailongo programado siempre, de la parrillada colectiva y nada nutricia, del sexo fácil y en broma, de las colas y los coleros, de los relajos y los alcaldes viajeros, las madres son incipientes. Así sea el uno por ciento, así no sea mi hija, hemos  fracasado como región si nuestras niñas no nos hacen caso. Si esas criaturas se vuelven madres por cualquier motivo. Si el  niño no viene con su pan bajo el brazo si no con una madre de mentira, hemos fracasado, digamos lo que digamos. Pero un fracaso no es el fin. Es solo una dura lección y hasta una oportunidad para cambiar las cosas.