De camino a la residencia de estudiantes hasta el aulario me deleitaba con una librería que cada día en su vitrina exhibía un libro con un poema. Me acercaba a la vitrina y lo leía, me iba con esos versos retumbando en la cabeza a clase. Al volver entraba a la librería y me perdía buscando y ojeando libros de literatura y derecho. Recuerdo un libro de tapa roja de nombre “Law and Revolution” de Harold J. Berman, libro que después era citado en las clases de Fernando de Trazegnies, gran libro sobre la historia del derecho que luego ha sido traducido por el Fondo de Cultura Económica, es una buena cartografía sobre el uso del derecho en esta parte del mundo. Me pasaba horas y horas mirando libros. Cuando no encontraba el libro que quería el librero me facilitaba, consultando un ordenador (eran los años noventa), la ubicación a través de una red de librerías. Saltaba de un pie. Para mí era una gran experiencia luego de estar en la floresta donde las librerías casi estaban caminando a su ocaso. Mi amiga Sulamita Gottlieb que conocía la ciudad me llevó a otras librerías por el centro. Entré a una de varios pisos y con libros por todos lados. Estaba muy excitado. No daba crédito a lo que estaba viviendo. Por esa red de librerías que mencioné llegué a una de libros de viejo y nuevos, quedaba en su sótano, donde encontré obras de Jorge Luis Borges  y Octavio Paz en castellano. Una joven librera que nos atendió nos dio muchas pistas para otros libros. Respiraba hondamente. Eran momentos irrepetibles. Fue un verano en Boston.

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