En mi cuarto, donde están la mayoría de mis libros preferidos y favoritos, quisiera resucitar a don Juan Rulfo. No para que se convierta en seguro servidor de la abundante mesa de los obispos o en perpetuo candidato a una diputación, sino para que lea la aberración cometida por la editorial Ayahuasca. Es un libro escrito por un iquiteño de la nueva hornada de escribas o escribientes que responde al nombre de Walter Zagaceta. El libro tiene por nombre “Amor % Laberinto, Relatos de un Colegial”, y es un completo bodrio.

En mi habitación he leído, memorizado, vuelto a leer y vuelto a memorizar párrafos enteros de esa obra cumbre y todavía perdura en mi mente la frase: “No me quebrarán”, pronunciada por Esteban Dedalus, ese formidable ser de letras. La cruzada religiosa de un escritor comienza por renunciar, de hecho y de derecho, a cualquier profesión ajena a las letras y a algún protervo divertimiento dominical, salvo mejor opinión o acción realizada durante la semana que tiene 7 días, como es obvio. Alejado de mi pieza personal, de mi cuarto de estos años, he soñado con superar al Ulises de james Joyce, imitar es de pequeños e igualar a sus maestros es de escribas de pocas luces.

El autor citado es médico de profesión y ni siquiera ha leído y releído al grande Rulfo, y es en esos horrendos diálogos donde mete el lenguaje popular amazónico, donde embadurna las cuatro patas más el rabo correspondiente. Lo he dicho y lo repito ahora, la literatura infantil y juvenil es una certeza posterior a su ejecución. Y la obra de Zagaceta, que no es ni chicha ni limonada, pasará a deformar la mente de los escolares de ambos sexos.