La  Universidad Complutense de Madrid, en una sorpresiva decisión, arrebató el título  de doctor que concedió a un hombre que se jactaba de que no había leído un libro en su vida. El organismo electoral peruano, por ello, sacó de la carrera electoral al referido. El hombre,  que decía ser de una raza distinta,  hizo todo lo posible por demostrar que no había plagiado su tesis y quiso de mala manera seguir en la campaña electoral,  pero su suerte estaba echada. De esa manera don Cesar Acuña Peralta se quedó  sin la posibilidad cierta de ser presidente del Perú.

El golpe fue brutal y el hombre que se jactaba de tener plata como cancha entró en una aguda crisis existencial. No era el mismo, el de toda la vida. Algo en su interior se había roto para siempre y en un principio se le veía haciendo gestiones para dedicarse a vendedor ambulante con el fin de evitar que su  fortuna se perdiera. Pero esos ingresos no eran tan satisfactorios para él, acostumbrado a ganar millones de soles al año. Así que buscó la mejor manera de ganar su molido y terminó por andar por las calles, vestido con andrajos, pidiendo limosna por el amor de Dios. Al final, eligió un lugar único y desde allí siguió comportándose como un pordiosero.

Todos los días, desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche, el señor César Acuña  acude a la plaza de Armas de Lima a pedir su limosna correspondiente. No tiene ninguna ilusión de postular a ningún cargo político y lo único que quiere es que su fortuna no disminuya. En medio de sus suplicas a los transeúntes no deja de jactarse que no ha leído ni un solo libro y jamás  deja de decir que pertenece a una raza distinta. Todos los días, al final de la jornada, cuenta el dinero recaudado y lo suma a sus otros ingresos.