En una tormentosa asamblea popular, torpedeada por la irreductible posición de uno de los burgomaestres que quería arrinconar los desperdicios en la vereda de la casa del recogedor oficial de la basura, todos los alcaldes de Maynas, los cuerpos de regidores, los asesores contratados para la ocasión, los altos funcionarios, los mismos trabajadores ediles, decidieron tomar al toro por las astas, las patas, el rabo y cualquier otra parte del cuerpo. Desde las 3 de la madrugada, provistos de palas, lampas, escobas, mochilas, triciclos, furgonetas, camiones alquilados, los consistoriales en mancha procedieron a limpiar las calles, las esquinas y todo lugar afectado por esa industria diaria.
En su loable labor los ediles encontraron arduas dificultades, terribles trabas, pues en algunas partes había capas prehistóricas de basura como si se trataran de pistas compactas o dispersas enterradas a varios metros de profundidad. Al final, luego de esfuerzos inauditos, se logró romper las varias corazas que existían en incontables lugares de la ciudad. La limpieza prosiguió firme. Entonces Iquitos lucía limpia, ecológica, turística. Los letreros que decían que estaba prohibido botar basura no desaparecieron, sin embargo. Todo era peor. Y la ciudad se hundía entre las montañas de desperdicios. El meritorio esfuerzo edil fue estéril. Nada se pudo hacer, desgraciadamente.
Porque todo lo que se recogía con enorme esfuerzo, debido a que Nauta no quiso ni alquilar al contado su relleno sanitario, acababa en el mismo sitio. Como se lee, en el mismo lugar. Así que se limpiaba y de inmediato todo volvía a lo de antes. Así fue como se convocó a reuniones de emergencia e interminables para elegir el lugar donde iba a estar el botadero edil. Hasta ahora siguen discutiendo, vísperas de la navidad del 8600. Todo el mundo quiere que su sitio propuesto lugar sea el elegido.