Escribe: Marco Antonio Panduro

¿Cuál es la similitud entre la Línea 2 del Metro de Lima y el Colegio Rosa Agustina Donayre de Morey localizada en Iquitos? Simple y rápido: Ambas son obras paralizadas. Una lleva nueve años de herrumbrarse en la polvorienta avenida Nicolás Ayllón que cruza Ate y Santa Anita, y la segunda se enmohece en la humedad del trópico desde hace, más o menos, cuatro años. Sobre esto último, la insistencia nuestra parte de una preocupación, no como efecto colateral, sino como consecuencia directa. Escolares que hasta ahora estudian en condiciones precarias, cuando dejaron la edificación de antaño por la promesa que, ¡pronto!, tendrían un colegio A1.

Mientras el taxi toma calles estrechas en la Lima Este, porque las obras que duermen el sueño de los justos han obligado a molestosos e inevitables desvíos, la sensación es la de estar en un país que es un cuerpo que exuda corrupción en cada uno de sus poros, y aparece de pronto la imagen de aquel colegio en Iquitos que tendría que considerarse emblemático, olvidado como un gran elefante blanco, año tras año. Pero algo en la conciencia debería de pesar en los responsables de su paralización, desde políticos y operadores. Igual, nadie puede saber si cargan una pesada cruz interior o si son psicópatas ataviados en trajes de políticos, a quienes no les hace “ni chus ni mus” los estropicios y averías dejadas a vista y paciencia, en plena vía pública.

En todo el territorio nacional, según el Reporte de Obras a mayo del 2023 de la Contraloría, se contabilizan 1069 obras paralizadas. Las causas pueden ser varias, incumplimiento del contrato; discrepancias, controversias y arbitraje; falta de recursos financieros y liquidez, entre otros; lo cual se traduce en que te prometieron algo, desembolsaron y seguidamente cobraron el dinero. Iniciaron la obra, los constructores se pusieron “cargosos”, los tiempos se dilataron y las autoridades de ayer se fueron y hoy no se sabe dónde están. Y el poblador de a pie solo ve una ingente cantidad de millones arrojadas al río.

En Loreto, bajo la competencia de los tres tipos de gobierno; es decir, el nacional, el regional y el local, se mencionan a continuación solo algunas como prueba de que pocos se salvan y que justos pagan por pecadores.

En nuestro contexto, y a modo de evidencia de que la incompetencia y corrupción achacada al provincianismo no solo es de su exclusividad, las siguientes, que son solo un puñado de muestra, nos hacen ver estas obras paralizadas recaen bajo la responsabilidad del gobierno central: (1) El mejoramiento de la carretera Quistococha-Zungarococha-Llanchama, (2) y el del servicio administrativo de la UNAP, también en Zungarococha, (3) la ampliación de los servicios en la Facultad de Industrias Alimentarias de la UNAP, entre otras más.

Esto no excluye, como debe suponer y comprobar el loretano, a la autoridad de la región. En lo que atañe a competencias del Gobierno Regional figuran, por ejemplo, entre las obras paralizadas: (1) el mejoramiento y ampliación de la capacidad de los servicios de salud en San Lorenzo, (2) la rehabilitación del pequeño sistema eléctrico Iquitos Zona Norte Punchana-Mazan, (3) y la remodelación y equipamiento del Puesto de Salud II de Santa Teresa en el río Yavarí.

Y en cuanto a gobiernos locales, aquellos pequeños gobiernos municipales que no tienen prensa, tampoco se salvan. Solo un par: (1) la ampliación y mejoramiento de la institución educativa publica primaria de menores Andrés A. Cardó Franco, en el distrito de Indiana, y (2) el mejoramiento del sistema de agua potable y del sistema de tratamiento de aguas residuales del centro poblado de Yanashi.

No son todas, como debe suponerse y podríamos ir enlistando más y más. Igual, las redes sociales arrastran cardúmenes y cardúmenes de pescados y sus comentarios idiotas desde el principio de la no-paciencia. Desde el primer día de gobierno llueven las críticas. Más es entendible. Las bisoñas autoridades dan malos pasos iniciales. Y un ejército de comentaristas y “opinólogos” enrarecen más el ambiente. Más en retrospectiva, hay razón para esta impaciencia. Cada cuatro, cinco años, se repite la misma cantaleta.

Aunque sea exacto y comprobable señalar que existen códigos de ética en los colegios de ingenieros y arquitectos, el juramento hipocrático no debería de ser exclusividad de los médicos, pues vistas estas inoperancias resultan “letra muerta” sus decálogos y manuales deontológicos para estos famosos ingenieros tumba-puentes.

Manley Hall fue un escritor relacionado más con lo místico y del que sabemos poco, o mejor dicho casi nada de él, pero dejó una frase para la posteridad en lo tocante a lo expuesto líneas arriba:

«Un hombre sin ética es una bestia salvaje suelta por el mundo», de ahí que vivamos, ya cercados por manadas de lobos sueltos en plaza, más que antes, bajo la ley de la selva.