El presidente en broma
Las próximas elecciones presidenciales del Perú, de sol y sereno, del poncho y la ojota, del metal y la tristeza, cayeron en la zanja de la broma, en el fortín de la picaresca. Fue suficiente que un actor de medio pelo, un tributario del rating, un ser in-mediático, don Adolfo Chuiman, dijera que pensaba seriamente postular a Palacio de Gobierno. No faltaba más, porque de acuerdo a ley nacional cualquier persona puede aspirar tan alto. Aspirar en sus horas de serenidad o delirio. Aspirar solamente como quien quiere viajar a pie a la luna. Pero de allí a lanzarse a la arena de las ánforas con el propósito de dirigir los destinos de este ingobernable país, la cosa cambia radicalmente.
El chistoso Chuiman, el varón que nunca ejerció su verdadera profesión, -es actor de teatro-, el que hace cualquier papel sin tener ni la preparación adecuada, ni la vocación innata, y que es una figura de la mediocre televisión nacional, está dispuesto a entrar en los movedizos terrenos de la política como si fuera otro programa cómico de su existencia. Hace poco se hizo cantante salsero o cumbiambero y con su orquesta se agenció de fondos en Lima y provincias. Ni la voz ni la inspiración le sirven para ese oficio y, como quien cambia de casaquilla, pretende saltar hacia la casa de Pizarro.
El in-mediático Adolfo Chuiman no aparece por azar o por capricho, sin embargo. Surge de la crisis de los políticos locales y mundiales. Don Felipe Gonzáles, ex mandatario de España, lo expresó mejor que nadie al decir en una edición de El País que lamentablemente él no veía un líder capaz de acabar con la crisis europea. Pero también ese actor de teatro frustrado expresa cierta perversión del peruano. Es decir, el delirio de grandeza, la megalomanía, la supervaloración del propio ser.
Y en Ecuador quieren elegir a un burro, mejor digo a otro burro, para el Congreso; lo que pasa es que en el Perù, la viveza no tiene límites y los atorrantes son los que se eligen gobernantes.
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