El placer del juego
ESCRIBE: Patrick Pareja
Me emociono cada vez que encuentro un libro que, cabizbajo y tímido, empieza a surtir efecto en las personas, un texto que empieza a coger pegada con los años. Es decir, que coloca a un escritor local y novísimo en la palestra, y que, además, tiene el talento para contar. Son poquísimos los casos.
Soy sincero, cada vez que me acerco a ojear la literatura local —prometo que escribiré más sobre el entorno, ya tengo algunos títulos en la mira—, me nace la desconfianza. Siento que podría fracasar, que voy a renegar, que acabaré abatido (lo mismo piensan de mí), o que perderé el tiempo. No se mal interprete, la literatura de Iquitos aún sigue en proceso de cambio y merece ser vista con agudeza para no caer en el olvido.
Tenía dudas, muchas en verdad, y ya que tenía el ejemplar desde hace dos años, y después de pensarlo un rato, me puse a navegar, a viajar sobre el Amazonas, en una canoa, al límite, con un buen motor y harto combustible. El viaje fue placentero, recibí aire y paz, sosiego y drama, sol y lluvia, diversión y nostalgia. Contradicciones y sorpresas que habitan las páginas de Entre juegos y fugas.
Publicada en el 2014, Entre juegos y fugas (Tierra Nueva Editores), de José Rodríguez Siguas, es un libro de cuentos que inquieta y es, además, un salto gradual en el proceso de la literatura local de estos últimos años. El autor es un maniaco, un depresivo que teje las historias con sumo cuidado, que juega con el temperamento del lector, que se ríe, te pone en jaque y te hace crear hipótesis que finalmente no son las que parecen. A José Rodríguez le encanta desafiarte, te involucra en sus juegos, en sus placeres, en el placer de jugar, soñar y leer, es un agitador.
No es fácil decidir si un libro puede ser interesante para el público. Todos tienen un gusto y es relativo (lo que es de tu agrado, quizá no es de otro, y viceversa); sin embargo, el hecho de alternar voces, pensamientos y narradores, de juguetear con el clímax y especular, y prosperar en el camino, hace que encuentre los elementos suficientes para asegurarlo.
Entre juego y fugas se compone de diez cuentos. La mayoría breves. Y la brevedad, hay que decirlo, no siempre es sinónimo de éxito, pero no es el caso de José, la precisión le beneficia al dar un derechazo al lector, o como dijo Julio Cortázar: «La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut».
El lenguaje es exquisito, baila, te zarandea, es una fiera que te arrastra a leerlo, te da zarpazos y es astuto. Y los finales, los que se buscan o se pretenden encontrar, son encuentros fortuitos que te dejan una sensación de deseo en la garganta, y se quedan varios días en la subconsciente.
El lenguaje es, quizá, el mayor logro de Entre juegos y fugas. Los cuentos tienen la calidez del amigo, del hermano, de la conversación entre vecinos, de la sencillez del barrio. No cualquiera puede obtener la suavidad en palabras y la fuerza sin adjetivos, sin caer en el exceso del coloquialismo. Por otro lado, el libro es un muestrario de la ciudad cambiante, de la sociedad en decadencia, de la juventud y sus conflictos o intereses, de la locura y la pobreza, de la injusticia y el vacilón, de la venganza y la idiotez.
De todos, destaco cuatro: «Muchacha en la penumbra», págs. 15 al 18, en el que Antonio pone fe y empeño en una conquista, pero el amor se muestra como un berrinchudo, como el mezquino de siempre; «Novia soñada», págs. 29 al 32, que sugiere desde el arranque que algo no anda bien con el narrador, que algo sucede en su cabeza: «Tuve un sueño horrible, me levanté llorando. Mi madre estaba a mi lado. Siempre se repite este sueño…». El cuento juega con la realidad que le atormenta; «En el albergue con Susana», págs. 61 al 69, contado desde distintas voces y con nombres de los personajes como subtítulos, se entreteje un misterio: «MARÍA. Cuando encontraron a la susodicha, hecha pedazos, las cosas ya no fueron las mismas en el lugar, todos eran sospechosos, algunos cuchicheaban quién sabe qué cosa. No pudieron dar con el responsable. Aunque creo que hay muchos que piensan que yo lo hice, qué descarados, cómo pueden pensar eso de una dama, yo estoy en otro nivel, jamás caería en semejante bajeza». Se cocina una verdad a fuego vivo, se manipula el suspenso: «JULIA. Tuvo que ser María, ella tiene antecedentes. Se cree la princesa del lugar, menosprecia a todo el mundo, dice que es la más linda y que nadie está a su nivel. No soportaba ver feliz a Susana, quien se la pasaba de lo más lindo con su amiga». Este es uno de los mejores y el más logrado; y «Saltos perpetuos», págs. 87 al 91, una pasarela de autores y obras, y un personaje, Fernando, que decide ser escritor y se propone leer mil libros. Fernando representa a la juventud indecisa de hoy. Tiene un final para el recuerdo. En realidad, todos lo tienen.
(Y, entre paréntesis, debo aclarar otro detalle, personal y necesario: José es un amigo cercano, pero influyó poco para escribir estas impresiones. Por tres razones: 1) no me lo pidió; 2) él es un tipo huraño que ni en la presentación de su libro estuvo, otros lo presentaron; y 3) detesta los halagos).
José Rodríguez Siguas tiene madera para continuar en esta lucha contra el olvido. Entre juegos y fugas fue su primer libro publicado y, al parecer, no será el último. Hay mucho por descubrir, mucho pan que rebanar. Espero que se anime a soltar lo que ya corrigió mil veces.
Iquitos, 1 de marzo del 2021
Percy Vílchez, Paco Bardales y Pepe Rodríguez, el día que se presentó «Entre juegos y fugas» en la FIL de Lima.