Por Marco Antonio Panduro

Dentro de un bus del Metropolitano que atraviesa Javier Prado, tres amas de casa junto a sus hijos en brazos protestan airadas, gritan, vociferan. Buscan que la gente se adhiera a su indignación. Parece y suena impostada esta muestra de rabia a voz en cuello. “¡Esto es inadmisible!”.

Ha hecho efecto la enseñanza teledirigida de los canales y medios de comunicación desde donde se juzga, se adjetiva, se toma partido por una causa, se desestima la otra versión, y la objetividad intrínseca del periodismo es principio olvidado. Es más, hacen uso de las mismas palabras que salen desde el teleprompter. Traicionas a tu misma clase, aunque, claro, el primero en traicionarlos ha sido Castillo.

A lo largo de este año y medio de gobierno, aquí en Lima –y lo hemos escuchado en taxistas, en “profesionales” y amas de casa–, ha rondado esta paranoia que se resume en esta cita de Gonzalo Portocarrero, «El fantasma de la clase media criolla blanqueada es la “indiada insumisa”. Este fantasma produce temor, cólera, preocupación. Y tiene muchos rostros. Desde la fantasía de una insurrección indio-chola que instaure un régimen comunista que lleve a los criollos blanqueados a un incierto éxodo hasta el temor de ser violentado por el “cholo insolente” que se ha “salido de su lugar”».

Hasta ese momento era todavía una novedad la decisión de cerrar el Congreso. Los más mayores en el bus miran a estas mujeres con cierta curiosidad de meterse en la charla para saber qué es lo que está pasando, a entrar en el debate. Los muchachos con pinta de universitarios, por su parte, abstraídos en sus teléfonos, ni caso les hacen.

Poco a poco la indignación gana en la parte delantera del bus. Es un batiburrillo donde las voces se pisan unas sobre otras. Gritos de guerra, «¡Fuera Castillo! ¡Está haciendo lo que quiere! ¡Tenemos que derrocarlo!» Mas aquellas muestras de compromiso civil se quedarán dentro de las cuatro paredes carrozables del bus. Continuarán su camino sin más cuando bajen en Pueblo Libre, algo así como el que se enfrenta con bombas molotov a la fuerza antimotines desde el Facebook. Pero para quienes no es indignación en la virtualidad de las redes sociales –estando en el bando contrario, evidentemente– es la gente de Apurimac, de Arequipa y de Ica (sino más zonas se irán aunando), con muertos –lamentable– incluidos.

En LA SONRISA DEL JAGUAR, ensayo que se ocupa de la compleja vida política de Nicaragua en los años 80, Salman Rushdie resalta una observación de Vargas Llosa. «Nicaragua es un problema de izquierdas, el Perú, de derechas». Basta solo mirar en la línea del tiempo de los últimos presidentes desde el fin del régimen fujimorista: Toledo, García, Humala, PPK (Vizcarra). El modelo económico no ha sufrido variación. Esto ya se sabe.

Pero el Perú es un país de derechas por mérito de una izquierda retrógrada, anacrónica e inepta –el caso Verónica Mendoza con su silencio recién roto es una muestra de ello–. Muy poco dada a la autocrítica, y atomizada esta, además. Porque vaya a saber cuántas ramas y bifurcaciones, género y subgéneros se ha divido la autollamada “izquierda”, y a los también tildados de zurdos, jacobinos, caviares, rábanos, mas eso sí, todos estos puestos en mismo saco por quienes detentan el poder de los medios. «Divide y gobernarás». Es más práctico apelotonar en un rincón a todo aquel que “atente” contra sus intereses y etiquetarlos de “rojetes”.

Un advenedizo no ha podido durar en el cargo. De alguna manera era una victoria haber entrado a Palacio desde su Chota “querida”. La tesis de Flores Galindo de que el mito dio paso a la utopía andina en BUSCANDO UN INCA seguirá siendo utopía. Ya Toledo y Humala se han encargado de hacer su parte.

Sensación de lástima, hasta de preocupación. Un hombre al que le fue siempre grande el cargo, algo así como un niño que juega a ponerse el pantalón de papá. Un hombre que representa los problemas educativos en el Perú no puede formar parte de la solución, como, por ejemplo, sus dislecturas en medio de la coyuntura, su actitudes erráticas e incoherentes según testimonios de sus propios ex-ministros. Un hombre, además de sus limitaciones de comprensión –y eso es lo peor–, metiendo uña al erario público junto a su parentela y seguidores. Porque es Castillo quien a sí mismo se ha acorralado. Un hombre caído por sus propios deméritos.

Pero no resulta de gran altura rematar a alguien que yace en el suelo, pero quien ha empeorado la cosa, que la ha vuelto más complicada ya de por sí compleja. O puede que ha ayudado, sin proponérselo, a sacar a flote esta fractura, esta escisión social que se vive hoy. Los años pasan, los gobiernos se suceden guardando polvo debajo del tapete.

«Los pecados de los demás no le hacen santo al otro», reza el dicho. Esto deberían escuchar quienes hoy pueblan el Congreso. «No pretendas conseguir otros resultados haciendo lo mismo», reza otra máxima. Si no se da un cambio en la política habrá más Castillos elevados a la enésima potencia. Estamos frente a un polvorín. Y mientras más tarden, la posibilidad de una explosión social puede explotarnos en la cara.

A las 23h10 del día 13 de diciembre del 2022, no nos queda más que signar la fecha y hora de este artículo que puede ser ya periódico de ayer, y en razón a esta novela abierta llamada Perú donde en la página siguiente acecha un nuevo giro, y de improviso.