El mar de protestas
En este país vasto y antiguo, de buena comida y de manos creadores, la factura social está extendida desde siempre por así decir. Los detestados incas sufrieron lo suyo cuando algunos linajes dominados por ellos se pasaron a las filas castellanas. El desborde de las cóleras y los enconos encontró su lugar entonces. En tiempos republicanos nunca se solucionó el problema aymara y esa protesta sigue allí, esperando su oportunidad. De manera que no es una sorpresa para nadie que, hoy por hoy, vuelve la protesta a ocupar un lugar central en el escenario nacional. Es que los problemas no se solucionan solos, como quieren todos los gobiernos que han sido y son en este Perú diverso y contradictorio.
La presente oleada de huelgas, de protestas, de médicos, de maestros y demás trabajadores, es parte de los conflictos anunciados. Es decir, estaban en la agenda y el actual mandatario conocía eso. De sobra. Los ministros también. No hay entonces ninguna sorpresa en la protesta del presente. En este país toda protesta es justa y se basa siempre en la mejora de los ingresos. Poderoso caballero es don dinero y nunca hay la cantidad necesaria en las arcas fiscales para cubrir la demanda.
El actual gobierno, al parecer, focalizó su accionar en el espinoso asunto de Conga, y no tomó las medidas necesarias para tomar al turbulento toro por las astas. Es decir, para desactivar las protestas latentes. Sus anuncios de mejoras salariales para los maestros, por ejemplo, fue demasiado vaga e imprecisa. No tuvo cifras ni fechas. Así las cosas, tenemos a la vista un encrespado mar social.
El subsuelo social va a seguir estallando, mal que nos pese. Nos guste o no, así son las cosas. Reivindicaciones antiguas, peticiones vigentes, cóleras acumuladas, están esperando su oportunidad. El gobierno no puede jugar a la baraja de la represión. En nombre de la Hoja de Ruta, de la misma inclusión social, tiene que tomar medidas para evitar la explosión o el caldo de cultivo para el gorilismo golpista.