El pelotero chileno Arturo Vidal fue sorprendido cierta madrugada  en un bar flotante del puerto Belén. Rodeado de una réplica de la Copa América llena de licor, de botellas consumidas, de chatas de ron, de maravillas de cana cañera, de colillas de cigarros,  de pitillos de marimba, bebía a granes sorbos mientras lanzaba hurras a su equipo. En su jornada  espirituosa no estaba solo, como la vez pasada, pues le acompañaban varios futbolistas peruanos de gargantas profundas y buenas cabezas para el licor que animosamente celebraban la eliminación temprana del evento continental.

El futbolista roto había se había escapado otra vez de la concentración de su escuadra, había vuelto a chocar otro carro y no tuvo tiempo de disculparse, pues decidió continuar con la muca en el país donde beber era credo y evangelio de los peloteros locales. En el viaje se cruzó con los peruanos que chupaban luego de ser sacados de competencia como tantas otras veces. No fue difícil que el chileno y los de la blanca y roja siguieran celebrando en un lugar donde nadie les iba a encontrar. Por eso eligieron el bar flotante, pero la suerte quiso que alguien les reconociera en plena madrugada de borrachera. En medio del escándalo el entrenador Sampaoli arribó a la taberna acuática para llevar a Vidal a jugar el partido contra Bolivia.

Fue así como Arturo Vidal entró a la cancha despidiendo un tufo insoportable y haciendo movimientos de hombre zampado. Como es natural, debido a los estragos del licor en su organismo, el pelotero apenas pudo mantenerse en pie durante todo el partido. Pero el entrenador en ningún momento dispuso su cambio o su internamiento en alguna cantina, esperando que de un momento a otro estalle  alguna jugada excepcional de ese jugador embriagado en plena cancha de juego.