No sólo es grande por su estatura. Total, eso es una cuestión genética. Es grande por su don de gente. Y porque teniendo un oficio incomprendido siempre se hizo respetar dentro y fuera de las canchas. Agapito Piñeiro fue árbitro y siempre soplaba el silbato cuando se hacía necesario y mostraba las tarjetas igual. Un recuerdo en los archivos de este diario.