En el camposanto de Punchana, filudo machete en mano, el burgomaestre Euler Hernández se recibió de cultivador eventual. Así fue como encontró  otra manera de ocupar su tiempo de gobierno edil. Porque después de deshierbar las tumbas del distrito, de acomodar los cráneos regados, de juntar los huesos dispersos y de alinear las cruces de los difuntos,  se dedicó a huactapear la maleza que había en las calles de su jurisdicción. La jornada fue implacable ya que fue ayudado por los empleados de la comuna y por varios moradores del lugar.

Era todo un espectáculo ver a esa autoridad edil que, filudo machete en mano,  limpiaba esos  tupidos hierbales que afeaban las veredas. Cuando terminó con su faena, pasó de inmediato a cultivar en la ciudad de Iquitos. Luego despachó las malezas de Belén, San Juan y algunos caceríos cercanos a la ciudad. No tenía ya nada que hacer con su machete, pues todo estaba limpio de polvo y paja. Por lo que volvió a sacar sus implementos de albañilería para tapar los infinitos agujeros que por entonces ya abundaban en Punchana.

Era tanta la erosión en ese tiempo, producto al parecer del cambio climático, de los vientos que venían de Australia, de las corrientes sísmicas que recorrían el interior de la tierra, que una bella mañana se topó con un enorme forado. Era un agujero bastante original, porque mientras el alcalde más pretendía cerrarle con cemento, más se abría como buscando engullir lo que había a su alrededor.  La gestión de don Euler Hernández entonces se gastó  en tratar de cerrar ese agujero. Hizo todo lo humanamente posible para salir vencedor de esa dura prueba. Pero el hueco  siguió creciendo vertiginosamente. Al final de su jornada, con todos sus implementos de albañilería inutilizados, don Euler Hernández reconoció que había perdido la batalla.