El cine, en serio

Esta semana he estado imbuido en desarrollar varios proyectos cinematográficos. Terminarlos, proyectarlos, concretarlos. Por coincidencia una alumna de comunicaciones se contactó conmigo para conversar sobre la problemática del cine nacional. Por qué, a pesar del nivel de calidad que hemos alcanzado, aún no hemos logrado traspasar el divorcio evidente con el espectador nacional.

Puedo hablar desde mi vocación. Uno de los grandes pasatiempos de mi vida ha sido el cine. Estoy seguro que he visto muchas películas (muchas más de las que recuerdo o debería, es cierto). Puedo hablar también desde la experiencia pequeña que hemos adquirido en el campo, desde Audiovisual Films u otros. Puedo también hablar desde la experiencia como espectador y crítico amateur.

Recuerdo que hace seis años,  cuando nos reunimos con Dorian Fernández y otros amigos en torno a un proyecto que con el tiempo ha ido tomando fuerza, seriedad y reconocimiento, había entusiasmo y ganas, pero también incertidumbre. El alcance de un llamado cine amazónico era incipiente. El movimiento regional era poco conocido y, de hecho, la llamada escena nacional se sobrellevaba de modo heroico, con puro punche, sacrificios y esperanza.

Con mucha complacencia he visto cómo se han ido abriendo esperanzas, desde el Estado. Para quienes, entusiastas empezamos haciendo cortos en handycam, efectos con Aseptil rojo, en digital (cuando algunos puristas decían que nada podía vencer al formato de35 milímetros), resulta satisfactorio que, en general, el cine peruano haya logrado un nivel de prestigio importante, a nivel mundial.

Todo esto genera crecimiento y, obviamente responsabilidades. Pasamos de hacer cortos entre patas, casi como palomillada, a manejar equipo de 100 personas. Y también a pensar en el cine como una industria, como un espacio de difusión masivo, que debe tener alternativas para un público que repleta las salas pero no va a ver filmes hechos en casa.

El año pasado, según estadísticas del Dicine, se vendieron casi 29 millones de entradas, pero solo 210 mil vieron cintas nacionales, es decir el 1.35% de la taquilla total ¿Cuál es el problema? Varios en realidad, aunque veo que el principal es que se debería transitar ya a considerar a este rubro como una industria cultural, destinada a mostrar lo mejor de nosotros, pero también a generar un desarrollo económico, una retribución que permita su sostenibilidad en el tiempo. Que en ella haya espacio para todos los géneros y para todas las propuestas y que el espectador pueda también tener alternativas.

Poco a poco desde el Estado se ha logrado incentivar el apoyo hacia los productos audiovisuales, pero creo que en el sector privado todavía hay resistencias, donde no se ve a esto como rentable, aún no encuentran o descifran el potencial. Hay grandes problemas en exhibición y distribución, también en capacitación, en generación de proyectos (sobre todo en los cineastas de regiones).

Hay mucho talento en Cusco, Ayacucho, Puno, Arequipa, Iquitos, etc., hay muchos proyectos que conectan con la gente. Se necesita invertir en aspectos técnicos o actorales, pero para todo eso se necesita dinero. Creo que las empresas privadas podrían mejorar esta condición porque el cine peruano tiene potencial para ser un cine de marca. Creo, además, que se puede generar que el sector público se decante por el rol promotor y el rol pedagógico. El desarrollo de los jóvenes, del cine independiente y de las alternativas es una gran noticia, y debe haber la consolidación, la reconciliación con el público.

Son estas reflexiones muy genéricas, sueltas. Se está trabajando por mejorar, por plantear propuestas de calidad.  La idea de un cine, en serio está aquí, de nuestra parte. Creo que son tiempos de transición. Tiempos auspiciosos, en suma.