En forma por demás generosa, el señor Jorge Monasí se dejó de recutecos y de agresividades contra le gente. En estricta ceremonia privada, sin la asistencia de camarógrafos y entrevistadores facturantes, procedió a regalar los lotes a cada morador de ese lugar conocido como 31 de Agosto. Nadie pudo decir después que quería vender lo que recibió gratis. Para que ningún opositor o enemigo le acusara de oportunista o manipulador, esperó que pasaran las elecciones del pasado 2014 para volverse regalón y bodeguero.

Estaba tan bonachón en ese tiempo que hasta pagó algunos títulos de propiedad de los beneficiados. No se quedó allí, sino que siguió regalando más pollitos piadores y piantes, incrementó las ollas del sopón, mandó preparar caldos de gallina a discreción y, por último, regaló sus incontables galpones. ¿Ese espíritu donante era cansancio de las amarguras de la política, de la ingratitud de los votantes, de la abundancia de ayayeros? ¿O se trataba de una fatiga espiritual, de una anomia   inesperada que le hacía dar todo de sí mismo a los demás como una renuncia final a sus bienes, a sus cosas?

Los especialistas no pudieron contestar a este columnista que fue testigo del regalo de su camisa y de su pantalón un domingo cualquiera antes de internarse en paños menores por el camino de Santa Clara donde nunca pudo construir la pista cuando fue alcalde de San Juan. Al fondo de esa senda tenía un modesto tambo donde vivió muchos años. En todo ese tiempo no concedió ni una entrevista y tampoco quiso volver a candidatear, pero siguió regalando sus pertenencias hasta quedarse sin ese tambo. ¿Dónde vivió entonces después de ese desprendimiento el dicho señor que alguna vez fue un ciudadano adinerado que gustaba regalar cosas sobre todo durante las campañas políticas?

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