ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Todo cambia para que nada cambie. Es una frase dicha hace miles de años. En nombre de las reformas y en nombre de la demagogia que casi siempre es inherente a la democracia. Aunque cueste admitirlo. Pero en nombre del cambio cuántas barbaridades se han cometido. Es un reciclaje verbal aquello de ofrecer el cambio del statu quo y luego hacer exactamente lo contrario. Cualquier situación puede servir de referente para comprobar lo dicho. Por ejemplo: la basura de la ciudad.
El último fin de semana la empresa que se debería encargar del recojo de basura no tuvo otra idea que enviar a sus trabajadores a protestar ante uno de los municipios que se supone debería velar para que el servicio no solo se realice eficiente y eficazmente sino que se pague puntual y proporcionalmente. Quienes viven en Iquitos hace cuatro décadas sabrán que cuando los recolectores de basura dependían directamente de la Municipalidad anualmente se dejaba de recoger como medida de presión para que se elevara el sueldo de los basureros. Y la basura se acumulaba en cerros, especialmente en los mercados de abasto. Y la autoridad de turno tenía que hacer malabares para que esa basura no se convirtiera en focos infecciones de decenas de enfermedades. También recordarán que un alcalde con el afán de solucionar el problema de la basura tuvo la idea de fundar una empresa municipal que se encargara de ese servicio. Otro alcalde con esa misma intención decidió que todo el proceso de recolección y traslado de la basura lo hiciera una empresa privada. Pero en términos generales en muy pocas ocasiones el servicio funciono adecuadamente. Siempre se notaba la desazón de la población por un servicio que siendo costoso nunca fue óptimo.
¿Eso ha cambiado? No. Y me temo que nunca cambiará porque no existe la decisión política de dar a los ciudadanos un servicio eficiente. Como si volviéramos al pasado la semana pasada volvió a darse ese escenario de protesta de trabajadores y respuesta de las autoridades sobre el pago del servicio. Al final, la gente sigue sufriendo por la basura. ¿Es falta de dinero? No. Mientras recorro las calles de la ciudad de Iquitos –que algunos todavía se atreven a llamar “capital ecológica de América”- ha venido a mi mente la infancia que viví allá por la década del 70 cuando jugábamos con los mozalbetes del barrio al borde de los cerros de basura. He recordado las versiones radiofónicas en las que la población se quejaba de las autoridades y los locutores de la época pedían y gritaban para que no se abuse de los pobladores. El servicio de recojo de basura nunca será eficiente, pienso. Y al instante me pregunto: ¿es tan difícil que se cumpla con el contrato entre la Municipalidad y la empresa? Todo cambia para que nada cambie, señores. Lamentablemente todo este servicio ha hecho que los iquiteños nos acostumbremos a vivir en medio de la basura. En serio.