Muchos de mis tíos, incluido, mi padre trabajaron en una empresa desde que empezaron, muy jóvenes, a trabajar en ella hasta la edad de jubilación. Ese era uno de los modelos de trabajo que reinaba por esos años, y de paso, permitían planificar, de cierta manera, tu vida. Eran otros tiempos, el capital y la mano de obra más o menos habían definido reglas mínimas de juego. Hay que aclarar también que había casos que los trabajadores estaban indefensos y a merced del empresario o patrón, y sin acceso a las prestaciones de la Seguridad Social, estaban fuera de sistema, ni siquiera representaban un dígito en las proyecciones como país. Pero de una parte a esta, el capital ha tomado otros rumbos y derroteros. Es más volátil, viaja en un día por diferentes plazas financieras y los cambios de rumbo se pueden hacer en segundos. Es más plástico y elástico. En este reino de la volatilidad, claro, los contratos laborales siguen la suerte de lo principal, a la vista y paciencia de todos; el Estado ha dejado de ser árbitro para ponderar enormes intereses, se hace la vista gorda o mira hacia otro lado. Ha abdicado en sus funciones o no sabe que hacer, muchas veces, ha sido secuestrado por los grandes intereses empresariales. Acabo de leer una noticia que me dejó patidifuso, una empresa contrataba personal en un hospital por cinco días, es decir, de lunes a viernes, los días sábados y domingos estaban sin contrato, en el aire, en la indefensión más absoluta; ¿y los enfermos como pasarían ese fin de semana? Otra empresa, de lo más surrealista, que contrataba al personal por horas desde el inicio de la jornada hasta el final. Cuando el trabajador volvía a casa estaba en la calle hasta las ocho de la mañana del día siguiente. ¿Hacia dónde vamos? Vamos al abismo.

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