En la alforja del viaje llevaba varios libros y entre ellos “La filosofía de la finitud”, de Joan- Carles- Mèlich, a quien sigo los pasos desde su valioso libro “Ética de la compasión”, y Mèlich a través de sus palabras nos traduce la fragilidad, y también, esperanza de este mundo al cual llegamos con ciertas “gramáticas” adquiridas a lo largo de nuestras vivencias. Así traté de entender a las personas que viven en esta ciudad y en el desierto. Un amazónico [trasterrado, palabra que anoté en la casa de Benito Pérez Galdós] y de exuberante floresta frente a un integrante nómade del desierto como son los saharauis. Dijimos para ir a dar un paseo por la vía principal de la ciudad a eso de las cinco a seis de la tarde, había, en verdad, pocas almas. Casi todos hombres sentados en los cafetines en tertulia y mirándonos penetrantemente. El tráfico de carros se parece a cualquier ciudad del marzal, anárquicos y, por lo que vimos, con pocos accidentes. Las calles casi vacías. Cuando llegó K nos dijo que el ambiente es más tarde, en la noche, cambia como del día a la noche. Efectivamente, el cambio era total. Las mujeres paseando con niños y niñas, era una algarabía. Era otra ciudad. En nuestra ignorancia viajera (e ingenua) no tomamos en cuenta que a esas horas de la tarde el sol casi derrite a todo bípedo implume y en la noche es más fresca, obviamos la cartografía de una ciudad del desierto. El viento del desierto habla durante la noche y parte de la mañana, hay que acostumbrarse, muchas personas (extranjeras) que llevan un tiempo viviendo allí no lo soportan. A nosotros no nos incomodaba. Un día fuimos al desierto con K para ver un antiguo fuerte español, ahí reposaban las ruinas abandonados en el desierto. Y más allá donde solo vimos arena y una caravana de camellos. Las tonalidades de las arenas me embrujan, no dejó de admirarlas pensaba mientras estaba sentado en una jaima. El viento siempre acompañándonos, ahí tranquilamente se pudiera filmar alguna película de otro planeta. En el colofón del viaje, por esa parte del continente africano, no dejaba de escuchar los murmullos del cementerio de los héroes.

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