El propietario entre las mentiras

El  propietario de la nave naufragada cerca a Indiana, con su inevitable secuela dolorosa de pérdida de vidas humanas, de pérdida de bienes varios, señor Camilo Montoya, no se cansa de repetir, de decir a todos los vientos, de gritar a  quien quiera que fuera, que su nave no había violado ninguna de las disposiciones que existen sobre la navegación fluvial.  Todo estaba en regla, todo estaba dentro de lo permitido, y que no había exceso de carga y pasajeros, sigue repitiendo con insistencia obsesiva. Es decir, como si la hundida Camila hubiera sido víctima de un impensado accidente fortuito, de una de esas tragedias que pueden ocurrir en cualquiera de los ríos del mundo.

 Pero sucede que el citado propietario miente, falsea los datos y se  ampara en la estrategia de negar todo lo que grave que sucedía en su nave antes del colapso. Las cifras son claras para contradecirle, para acabar con su versión.  La capacidad normal de esa embarcación era 160 personas, según rezaba un aviso ubicado en la misma nave. Pero resulta que hay, hasta ahora, 196 sobrevivientes. Más 22 fallecidos. Es decir, la nave llevaba un exceso de 58 personas, con tendencia a aumentar. De ello se puede imaginar el exceso de carga que soportaba la nave que se fue a pique.  Pero eso no es todo.

Esa nave debió dejar de navegar desde hace tiempo. No por límite de edad o por cualquier otro factor mecánico,  sino porque allí, en sus ambientes,  se descubrió el delito de transporte de combustible ilegal. Una alta autoridad portuaria dijo en una emisora capitalina que si hubiera habido un fiscal de armas tomar, ante ese delito descubierto,  esa nave debió ser retirada de circulación. Pero nunca apareció ese fiscal y la nave siguió navegando.  Navegando hasta acabar como acabó. ¿Y con todos esos antecedentes, con todas esas pruebas, seguiría el propietario aludido negando la verdad, buscando confundir a los demás, tratando de evitar su grave responsabilidad?