El drama de Iquitos –y eso se multiplica en otras ciudades de Loreto- es que no solo carecemos de espacios destinados a la historia y donde el visitante junto con los ciudadanos de cada pueblo observen y conozcan lo que ha sido la capital loretana. Carecemos de propuesta al largo plazo. Pero además de eso, los pocos lugares que tenemos los desaprovechamos, los maltratamos y los olvidamos. Cualquier persona que quiera conocer sobre lo que fue Iquitos en los primeros años del siglo pasado se dará de bruces. Es una agenda pendiente. Es un vacío que en algún momento se tiene que llenar.

Es envidiable que otras ciudades del país y del extranjero conserven sus monumentos y tengan en ellos espacios no solo de conocimiento sino de reencuentro con lo que han sido. Y a partir de ello, valorar lo que hicieron los antepasados. Y usar esos espacios como zonas de integración. Por ejemplo, en las fortalezas de Cartagena de Indias se organizan los matrimonios más elegantes de la ciudad y s mezcal historia con ganancia. Donde todos ganan. Envueltos en conocimiento la gente siente orgullo por recorrer los pasillos de lo que antes solo era frecuentado por realistas y rebeldes. Si tan solo, por ejemplo, utilizaríamos el ex hotel Palace (hoy en manos de los militares que en un gesto de hidalguía tendrían que irse a otro lugar) o la casa de fierro (hoy convertida en local comercial y desperdiciada) habremos ganado mucho. Pero hacemos todo lo contrario.

Un día de víspera de los 150 años de Iquitos convertido en puerto fluvial uno recorre el centro de la ciudad y siente ganas de mandar al diablo todo. Que se vayan al carajo quienes piensan que todo es jarana criolla y huachafa porque eso es lo más cómodo y fácil. Nos han quitado la belleza de un lindo malecón. Nos han extirpado el gusto por las cosas decentes. Y hay todavía quienes creen que hacen una gran cosa organizando cosas superfluas y llenas de vacíos. Sin contenido. Sin propuesta.

Y en eso somos culpables todos. Por acción y por omisión. En lo primero las autoridades. Es increíble que un alcalde como Salomón Abensur Díaz se haya atrevido a desaparecer el local municipal de la Plaza de Armas y con ello los cuadros de César Calvo de Araujo ante la mirada indiferente de los vecinos. Con la excepción de Cristhian Bendayán, Luis Gonzáles Polar y un puñado de ciudadanos no fuimos capaces de alzar nuestra voz de protesta concreta e impedir que se atente contra nuestra vida misma. En lo segundo estamos todos los electores o ciudadanos que nos hemos sumergido en una modorra total ante las agresiones a la ciudad misma. Nos han maltratado la autoestima y seguimos creyéndonos el cuento de la rebeldía. Cuando la rebeldía no es frontal deja de serlo. Ese es nuestro drama y me temo que los seguirá siendo por los siglos de los siglos.