200 Cerbatanas

Se fue Humberto Martínez Morosini ayer por una enfermedad a los 86 años de edad. Junto con él, seguramente se fueron las ansias de ver una televisión sobria que genere pensamiento y reflexión. Don Humberto pertenecía a esa generación que ahora jamás hubiera podido salir en Tv. Y de haberlo hecho hubiera sido humillado por la ignorancia que campea no sólo en realitys sino en los noticieros de todo horario.

Mientras él expiraba al otro lado del mundo hacía su casting para narra en televisión de Albania Enki Bracaj, una estudiante de Relaciones Públicas que no tuvo la mejor idea de mostrar sus pechos de tal manera que sea empleada en la televisión. El canal que lo contrató ha dicho lo que hubiera podido responder aquí en el Perú cualquier propietario de señal abierta. “La mayoría coincide en que su estilo de presentación es un tanto incómodo, pero estamos trabajando en eso y para ser sincero, no parece estar haciendo ningún daño a sus cifras de audiencia”.

Es imposible que tanto Humberto Martínez como esta muchacha no hubieran podido estar juntos en un canal de Tv. Y es también cierto que la mala fama o la popularidad rastrera están ganando como criterio para decidir ejercer el periodismo. Mientras Martínez Morosini se inició narrando noticias a los 14 años en la hora del recreo en su colegio parroquial San Francisco de Arequipa y luego de 45 años obtuvo un nombre, la otra muchacha enseña los pechos como su atributo profesional que la internacionaliza.

Cuando Martínez Morosini sintió el embate de la cara bonita para reemplazarlo porque vendía más, seguramente relajó y dejó de creer en estos valores que alguna vez lo hicieron grande, ponderado y un ícono de la narración. Y se fue a simpatizar por políticas que en su juventud hubiera detestado. No sé si llevado por la decepción que genera ver como poco a poco la pantalla chica involuciona o tal vez porque sintió que el oficio no había sido grato con él económicamente.

Como fuese, ha de estar feliz ahora que dejó este mundo televisivo de basura y estiércol, de pusilánimes analfabetos que se hacen llamar con toda la concha periodistas. Aquellos que no se dan cuenta que la imagen de una persona que está en este oficio se labra en años y no en un minuto mostrando los pechos para que el resto sigan salivando y sigamos sepultando al pensamiento junto con Don Humberto.

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