– Por un compromiso moral y político
pedro.portocarrero@unapiquitos.edu.pe
Con muchas constituciones a cuestas y gran pobreza constitucional, la corrupción es el estigma más despreciable de cara al desarrollo del país. Inopinadamente, al paso de los años, la sociedad de los “listos”, por decir lo menos -Larousse, recomienda no usar la castiza palabra pendejo-, que saca provecho de todo, decretó de hecho la aún vigente Ley del Embudo. El cuerpo social se polarizó al sonido del silencio. Don Alfonso Barrantes Lingán, el recordado Tío Frijolito, con singular acierto, distinguía la antítesis como “los de arriba y los de abajo”. Sembrando vientos llegaron los 80, el SMS del presidente Gonzalo, y la lucha armada como partera de la historia (?).
Citando a Basadre: “los dirigentes no cumplen la misión esencial de las auténticas élites: comandar”.
Reseñando la moral de los hombres del pasado, Gonzales Prada sostuvo: … ¡Cuánto no vimos en esa fermentación tumultuosa de todas las mediocridades, en esas vertiginosas apariciones y desapariciones de figuras sin consistencia de hombre, en ese continuo cambio de papeles, en esa Babel, en fin, donde la ignorancia vanidosa y vocinglera se sobrepuso siempre al saber humilde y silencioso!… ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra! (El discurso del Politeama, Ensayos Escogidos. Lima 1956).
“… La corrupción es endémica en el país. Si parece que fue ayer, a propósito de la guerra con Chile, el presidente Mariano Ignacio Prado, pidió permiso al Congreso de entonces, viajó y no volvió. En otro escenario crítico, el presidente Fujimori, solicitó permiso al Congreso, viajó y no volvió” (Pedro Portocarrero, Quo vadis UNAP, Pro & Contra, 20 de noviembre 2002).
Así, pasito a paso, en tránsito por el rincón de los recuerdos:
De República a republiqueta, ¡A dos años de la Independencia!, en el año 1823; aún con sentida nostalgia por la Colonia, “… se da el primer golpe de estado o cuartelazo instaurándose la monocracia, la militarada y la oligarquía…” (Luis Alberto Sánchez, El Perú: Retrato de un país adolescente -Lima: Peisa, 1987-.). Tiempo después, la corrupta administración del guano generó ilícitas fortunas; “… ni el contrato Dreyfus (Piérola) ni la nueva política peruana del salitre (Pardo) bastaron para detener el desastre… La guerra del Pacífico (1879-1883) lo puso en evidencia… Una derrota merecida por una clase dirigente -presidentes, ministros, comerciantes, obispos, doctores y generales-…” (Pablo Macera, Visión histórica del Perú, Lima: Editorial Milla Batres, 1978). Sucesivamente, la Página 11, el dólar MUC, la quiebra y salvataje del Banco Latino, el 5 de abril, los vladivideos, la virgen que llora, el transfuguismo, los diarios chicha -el cantautor argentino Piero, entonaba ♫… y todos los días y todos los días los diarios publicaban porquerías, todos los días…♫-; las ratas petroleras, el chuponeo, los lobbies hospitalarios, las exoneraciones tributarias, el humanitario (!) indulto a Crousillat…, etc.”, nos llega reflexivamente el mensaje de la Teta Asustada.
Los actores principales, prominentes o no, responsables de estas y otras vivencias a través del tiempo, fueron miembros de la clase política.
Clonados; en el escenario regional, unos pretenden ser reelegidos y otros –asumen que la memoria es una gran traidora-, esperan la oportunidad.
La confianza, es un principio activo sagrado que debe sugerir veneración. En él, invierten mucho esfuerzo políticos y empresarios… Las empresas en general, los políticos también, invierten tiempo y dinero para construir una imagen de esperanza, de seguridad que inspire aliento, ánimo (Vallejo, en Masa, desafía la muerte y la doblega), que garantice un apoyo de los consumidores, correligionarios y votantes. Por eso, nada más ruinoso para una empresa o un político (Diez Canseco, renunció a la vice presidencia) que cuando surgen ante la opinión pública casos que los involucran en deficiencia en sus productos, hechos de corrupción, debilidad patrimonial o favoritismo. El ciudadano de a pie, con pasión generosa, solía decir: después de Dios, mi médico.
“…Es que la confianza es una estructura, un armado del conjunto social o individual con varios componentes, uno de ellos es el ético el cual deriva a su vez de la conducta personal en relación al mundo de los valores…”.
En clara alusión a la funesta relación de su contendor, Alex Kouri, con el perverso poder fáctico representado por el montesinismo, la doctora Lourdes Flores Nano, candidata a la alcaldía limeña; plantea, en gesto que la enaltece, la necesidad de un frente contra la corrupción. Con discrepancias de orden ideológico, Susana Villarán, candidata a la alcaldía de Lima por Fuerza Social, sostiene: “…somos muchos los que estamos al lado de la decencia”. En ese esfuerzo inclusivo están Fernando Andrade, Alex Gonzáles, también candidatos a la comuna limeña.
Hace bien la lideresa del PPC, y de una voluntad electoral importante -no está sola en su propósito-, al poner el dedo en la llaga. En efecto dominó, su propuesta puede y debe ser paradigmática.
La corrupción privilegió la mediocridad, permitió el enriquecimiento ilícito a expensas del tesoro público, frustró la imaginación y creatividad del hombre de bien, vulneró el riesgo país. Es responsable de la cascada de descomposición social y moral, de la miseria en salud, educación y la mesa popular, de las arbitrariedades cínicas y oportunidades malgastadas.
Con piel de cordero, los asentidos, en alegato que justifique los hechos violentos y contrarios a las leyes, afirman que obras son amores, que no importa el color del gato sino que cace al ratón. ¡Casi nada!, sub producto del nivel educativo también se oye decir “que robe pero que haga obra”. Cual embrollo marxista, el fin justifica los medios. Toda una cultura de anti valores. Representan el pasado vergonzante, lo más abyecto y alejado de la esperanza en el porvenir, la desconfianza en el futuro. En definido punto de quiebre, lo peor y más sórdido que podríamos hacer es entregarles el poder político con nuestros propios votos. Asumamos un compromiso moral y político. La Magdalena no está para tafetanes.
“… Por eso, la promesa de la vida peruana atañe a la juventud para que la reviva, a los hombres de estudio en sus distintos campos para que la conviertan en plan, a la opinión pública en su sector consciente para que la convierta en propósito…
… Toda la clave del futuro está allí: que el Perú se escape del peligro de no ser sino una charca, de volverse un páramo o de convertirse en una fogata. Que el Perú no se pierda por la inacción de los peruanos” (Jorge Basadre, La promesa de la vida peruana y otros ensayos, Lima: Editorial Juan Mejía Baca, 1958).