Nunca he dejado o postergado el interés mío por la literatura, la historia y la cultura latinoamericana, peruana y sobre todo amazónica, que deviene en mi marcha diaria representada en una profunda pasión, o a lo mejor, como una necesidad, algo así como respirar, comer, descansar, etc. Le sigue ese compromiso por contribuir con la revaloración de la “esencia cultural” que – pareciendo no tomarse en cuenta al momento de platear políticas públicas, mereciendo una posible extinción de la memoria a nuestros orígenes –  nunca ha tenido fecha de caducidad.

Tanto como esas constantes pasiones, paradójicamente, están las matemáticas y la física, aunque siempre han sido en la escuela mis más grandes temores. Sin embargo, cuando contemplo la belleza del universo en sus representaciones mínimas, las que mi visión puede alcanzar: las estrellas, el cielo, la luna, el sol; cuando leo los planteamientos de Hawking o Einstein; cuando cuestiono mi percepción del mundo; cuando analizo los índices que suben y bajan en todas las dimensiones de la complejidad humana, no hago más que ceder protagonismo a mi filosofía matemática, no una donde existen fórmulas o ecuaciones – en ocasiones si son necesarias –, sino de esas matemáticas capaces de ser expresadas en palabras; es decir ese pensamiento lógico de cuestionar todo para luego entenderlo.

Tener como una causa o un ideal a esas matemáticas tan bellas y puedo decir hasta poéticas que: suman victorias personales a cada individuo de este vasto planeta, que restan diferencias de clase, credo, raza, orientación sexual, etc., para dar como resultante una igualdad de oportunidades y derechos, evitando pertenecer al conjunto vacío de la mediocridad, el engaño, la corrupción en la que algunos “electrones” (individuos con carga negativa) ha quedado abandonados. Esas matemáticas que multiplican, como muestra de la globalización, la bondad humana en todos los rincones del mundo, que dividen las necesidades de la población para otorgar equidad y justicia a través de la solidaridad; me ha permitido no retroceder en mi anhelo – para muchos algo utópico – de crear un mejor mañana, más unida en su esencia y menos retrograda en sus fundamentos.

En mi caso, esa dualidad adversa entre miedo y pasión por las matemáticas y la física hace de esta vida muy interesante, a su vez fructífera.

Pero, existe para los demás tantas cosas que producen esa sensación: como estar rindiendo una evaluación académica, mantener una relación sentimental a escondidas, elegir por una carrera profesional, consumir un cigarro “Mapacho” acostado en una hamaca, o tal vez, en son de broma para algunos está el acto sexual.

En fin, todas estas experiencias pueden producirnos desconfianza, miedo, pasión y ternura. No obstante, la vida misma puede representar claramente esa condición de dualidad que al final de nuestros días, cuando la sombra de la muerte asecha nuestra carne nos conduce a la nostalgia, al abandono, al recuerdo o simplemente a un déjà vu.