“No hay peor infierno que un país perfecto”
José Carlos Yrigoyen

Es un libro detallista que se lee con la algarabía de sentirse en un campo de fútbol y que es una explicación sociológica de la situación del país.

Ya había perdido la costumbre de comenzar la lectura de los libros por el último capítulo. Pero cuando vi el índice de “Con todo, contra todos” y la división por “procesos” decidí recomenzar esa sana costumbre con la obra de José Carlos Yrigoyen con el capítulo “Estamos de vuelta” –que es el menos extenso de las 405 páginas de pura adrenalina- y revivir el pasado reciente con la clasificación de Perú al Mundial Rusia 2018. Las quince páginas y últimas del libro –como no podía ser de otra forma- está llena de emociones y algo de cólera. “Muchos dicen que el viraje de Perú se produjo en la Copa América Centenario, y es cierto, pero ese recambio comenzó a gestarse esa noche contra los llaneros, cuando Gareca sacó a Farfán para que entrara Edison Flores y cambió al siempre inoperante Claudio Pizarro por Raúl Ruidíaz. Hizo lo que no se había atrevido a hacer Markarián en el proceso anterior: poner de lado a los referentes, a los generales y coroneles de tantas derrotas anteriores (…) Pero lo más audaz fue prescindir de los servicios del capitán, del intocable Claudio Pizarro. Eso sucedería la siguiente fecha, el 29 de marzo contra Uruguay, en el Centenario”. Al que todos creíamos capitán ese día prácticamente abandonó la cancha por “un desgarro” ante el asombro de los peruanos y la rabia de Paolo Guerrero que le increpó su actitud. Solo cuatro días después, “olvidándose” del desgarro Pizarro jugaba por el Werder Bremen. Seguro pensaba que Ricardo Gareca le convocaría para los siguientes partidos. “Con todo, contra todos” de José Carlos Yrigoyen lo dice así: “Gareca leyó correctamente la situación y no volvió a llamarlo por el resto de la eliminatoria”. Y quizás –nunca se sabrá- esa decisión junto con el reclamo chileno contra Bolivia que terminó favoreciendo al seleccionado nacional y perjudicando a los sureños y otros detalles más permitieron que luego de una campaña pobrísima –de dieciocho puntos posibles sólo habíamos conseguido cuatro- ganemos la clasificación y el autor termine su obra escribiendo luego del partido contra Nueva Zelanda en Lima: “Entonces mi hija y yo también nos abrazamos y vimos por la ventana los fuegos artificiales, escuchando las bombardas, los bocinazos de los autos, el incesante canto de un pueblo agradecido. No había duda: allí afuera estaba la felicidad. Entonces tomé su mano y salimos a buscarla”.

Si ese capítulo provoca emociones y al leer cada día línea uno se detiene para recordar los procesos frustrados y las frases inventadas por los propios periodistas deportivos –como aquello de los cuatro fantásticos- y que ellos mismos se encargan de criticar no es exageración afirmar que los demás capítulos tienen similares narraciones y trasladan sino al estadio, por lo menos a la transmisión de los partidos.

El “proceso” iniciado por Didí para la clasificación a México 70 con el legendario triunfo en “La Bombonera” de Argentina y el fracaso en el país azteca con el viaje sin retorno del brasileño. La contratación del Cholo Heredia –entrenador que varios años dirigió al glorioso Colegio Nacional de Iquitos- que luego dio paso a Sabino Bártoli, Roberto Scarone, Marcos Calderón, Popovic, Pepe, Maturana, Challe, Tim, Chiarella, Uribe, Barack, Chemo del Solar, Juan José Tan, Franco Navarro, Autuori, Ternero, Markarián, Oblitas y tantos más para terminar (¿comenzar?) con Ricardo Gareca. La mayoría de entrenadores desde 1968 merecen unas líneas. Conocidos y desconocidos, gloriosos y no. Así como los jugadores donde Luis Rubiños, a decir de lo escrito, no merece que la famosa canción comience con su nombre. Especial atención merece la clasificación a España 82 que comenzó con José Chiarella y terminó con Elba de Pádua Lima, Tim, como entrenador triunfal. Es un libro detallista que se lee con la algarabía de sentirse en un campo de fútbol y que es una explicación sociológica de la situación del país.

El autor se confiesa no un apasionado del fútbol sino un fanático. Solo esa condición, creo, además de la clasificación, le ha llevado a escribir un libro imprescindible no sólo para los que apreciamos el fútbol dentro y fuera de la cancha sino a los que queremos un país mejor. Y a ese fanático y obsesivo escritor hemos tenido la suerte de tenerlo en Iquitos, presentando su obra, hablando de Literatura y derramando su conocimiento en el último día de la Feria del Libro Amazónico y gracias a Tierra Nueva. Pero, siempre el pero. ¿Saben quiénes brillaron por su ausencia? Los periodistas… deportivos. Ya aprenderemos.