Por: Gerald Rodríguez N.

“Leve es la parte de la vida/ Que como dioses rescatan los poetas”, escribió alguna vez Luis Cernuda, al referirse a la muerte de un poeta que, como un ser único, un poeta con su poema es siempre un ser con su piedra en la mano, listo para atacar, listo para defenderse, listo para generar la revolución, listo para luchar contra la opresión, listo para iniciar el cambio. Javier Dávila Durand ha muerto y no quiero recodarlo como lo conocí, sino más bien quiero recordarlo como lo leí, como viví su poesía, como lo entendí y como lo he venido estudiando para un trabajo posterior. Javier Dávila Durand ha muerto y nos deja una obra que es la misma Amazonía, que es su latir y que es su sangre, una poesía que es el corazón del hombre amazónico, una poesía que pudo haber llegado mucho más allá de lo que para nosotros es la Amazonía.

El primer libro que leí de Dávila fue “Yara”, publicado en 1966. Es un libro donde se adentra en la mitología del pueblo Ashaninka y otros pueblos amazónicos. Ese libro es una piedra angular en la poesía, que junto a “Malas maneras” de Jorge Najar, se convierten en los primeros libros que grafican a una Amazonía desde el otro lado de la moneda, teniendo como temática al indio amazónico, sus problemas y sus costumbres, pero no desde la poesía romántica y modernista, sino que abrieron un camino nuevo para poetizar nuevos problemas y nuevos tópicos de una Amazonía olvidada por la misma literatura. “Yara” es una mirada panorámica a partir de una única temática: el hombre amazónico y su lengua, no la que imaginamos o nos han nombrado los antropólogos, sino la que el poeta poetiza desde el mundo mismo que vive el indio amazónico, esa estrechez de encuentros culturales y una voz poética en su constante búsqueda de transparentar no la invención de la identidad individual y social del hombre amazónico, sino los sucesos históricos sobre su linaje y sus orígenes que poco se ha dicho de ellos. La singular capacidad que logra Dávila es construir una corporalidad del lenguaje poético y su aforo para trascender hasta una racionalidad poética y de explorar subjetividades desde un lenguaje simple y verdadero es lo que hace de este libro un buen inicio de la poesía amazónica que nos abrió la posibilidad de otras continuidades.

Me he pasado la vida universitaria leyendo todo lo que me caía en la mano del poeta de “blanco”, Dávila Durand, que siempre he recordado con gran esmero aquel poema bello que quizás resume su verdadera poética, poema que se titula, “Crónica sobre las muertes de Pucallpa”, que es un canto, una epopeya de la violencia ejercida hacia un pueblo que se resistió al sistema y al colonialismo que el Estado quiso ejercer sobre ellos. Es la marca de sangre que lleva en sus papeles donde recuerda como una crónica poética lo que significa ser peruano y lo que significa ser amazónico. “La Policía airada interrumpió la marcha pacífica. /Intentó quitarnos la bandera. / Con disparos a diestra/y siniestra quitarnos el coraje/y el derecho de pasear por las calles. /Nos prohibió dar un paso más. Y era difícil/para quienes estábamos acostumbrados a tallar en el monte, /a seguir adelante de sol a sol, a trazar como baqueanos/caminos forestales y a cruzar ríos atravesando selvas.” Javier Dávila Durand ha muerto el 13 setiembre de este año y lo voy a recordar siempre como el poeta de “blanco”, pero su poesía siempre me llevó a nominarlo como el poeta “con su piedra en la mano”, porque su poesía fue lucha y resistencia, por una Amazonía visibilizada, descolonializada, una Amazonía defendida siempre por sus hijos, los poetas de su tierra.

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