Colegas

El deporte será siempre un motivo de unión y de disputa. Rivalidad, pues. Entendida ella como una forma de dar rienda suelta a los buenos instintos que, aunque no crean, también tenemos los periodistas, los de la calle, los de cabina, los que manejan escritorio y creen saber de territorio, los ninguneados del rating y los que se dan unas vueltitas con la mujer prestada que, según me cuentan, les produce más adrenalina que las comisarías o salas de emergencia. Pero no hay que perdernos en minucias y vayamos al grano.

En estos tiempos de recuerdos, comenzaré con uno de ellos para aterrizar. Como pocos saben en estos tiempos de nepotismo, quien me prendió el bichito –que hoy se ha convertido en una anaconda incontrolable- del periodismo fue un señor al que siempre los hermanos llamábamos tío. Yo le conocí cuando jugaba pelota de trapo y él pertenecía al Círculo de Periodistas Deportivos del Perú – Filial Iquitos y su imagen siempre estaba relacionada con el periodismo. Muchos años después y cuando ya estaba por concluir la Secundaria me ofreció –a través de mi padre- que le ayudase en el programa “Noticias y boleros” que él tenía en Radio Loreto. Era su ayudante y en alguna oportunidad me dejó solo en la conducción porque quería gozar de unas vacaciones, merecidísimas por cierto. Y él, bromista genéticamente, pasaba por la cuadra diez de la calle Putumayo en short y polo con unas zapatillas nada deportivas afirmando que se vestía así porque de otra forma no le dejaban salir de su casa. Algunas veces fui a ver sus intervenciones en lo que después se llamaría Gerlandia y donde había –junto a la planta de Radio Eco- una hermosa cancha con palmeras alrededor. Allí vi jugar y divertirse a Manuel Vicente Vásquez Rengifo –vaya uno a saber si por sus venas corre sangre que regó por este mundo el bisabuelo mujerieguísimo-, Tito Rodríguez Linares, Marcos Panduro Rivadeneyra y otros más.

Algo de todo esto me vino a la mente hace un par de sábados cuando después de quince meses decidí darle de nuevo a la pelota. Con igual camaradería y confraternidad que los de antaño un grupo de colegas juegan al fulbito todos los sábados. Allí se junta la piconería, bromería y palabrería de los que cotidianamente buscan la noticia. Entre reporteros, maquinistas, ayudantes, parientes, sin que importe la edad ni otro tipo de condición, se juega al balón. Con más peso que calidad, con más bufonería que seriedad, con más cachondeo que dribleo uno se despercude de los avatares del oficio. Y así debería ser siempre, entre colegas.