Por: Gerald Rodríguez. N

Dicebamus hesterna die… (Decíamos ayer), que la narrativa amazónica era exótica, que abundaba en descripcionismos, que era mala narrativa, que no ubicaba al hombre en su centro social como un fenómeno que habría que explorar como causa del mundo post moderno, y tantas cosas más. Se dijo ayer que la narrativa amazónica solo era el indio como un elemento de exhibicionismo mal visto, antropófago, incivilizado, sin alma ni piedad, se dijo ayer de la narrativa amazónica que no era literatura. La tensión de la narrativa amazónica sufre dos claros momentos en la actualidad, una edad de cerrazón y otra de apertura. La transición entre el momento referido hablando de narrativa, pero solo me ubicaré del cuento, se diversifica desde finales del siglo pasado e inicios del siglo actual, pero aquella nueva generación no tardaría de acusar en carne propia las consecuencias de su nueva filiación por el cuento post moderno, vanguardista, experimental, al extremo de dar una nueva visión al cuento amazónico.

Inquilinos de las sombras (cuentos, 2002), de Percy Vílchez, quizás sea el que de apertura como obra cuentística de largo aliento, sin dejar de considerar a El ocaso de los delfines (cuento 2002) de Migue Donayre y a jóvenes narradores que por esos tiempos aparecían en diferentes premios y antologías tímidas, y otros en revistas literarias como Paco Bardales, Werner Bartra, Marco Panduro, Igor Panduro, Kike Sicchar, etc. Arnaldo Panaifo Texeira pudo haber sido un buen narrador, pero su no definición por el cuento moderno o por el cuento tradicional amazónico, le dejó sin espacio de figurar como un renovador del arte del cuento. Esta nueva generación traía consigo la exploración de un nuevo lenguaje, una prosa lograda y renovadora, técnicas poco conocidas; una mirada amazónica desde el vencido, desde lo rural y desde lo urbano, desde la marginación, desde la frescura de una ciudad iquiteña que se mostraba por primera vez sin temor a ser lo que es. Pues estas primeras “arterias” del cuento, de los escritores, con su ciudad, con la Amazonía, acarrearía la posibilidad que la nueva narrativa traería, posteriormente, algo mejor.

La ciudad son tus arterias, (Tierra Nueva, 2022) es un conjunto de cuentos de diez escritores jóvenes, que estando en la misma ruta de hace más de veinte años, nos traen la frescura de una nueva narración explorativa, cargada de imaginación, de una excelente selección de un trabajo creativo, además que es la nueva cara de la narrativa amazónica que vendrá alimentando nuevos conceptos o tendencias de las diversas formas para narrar desde la Iquitos, de mostrar el imaginario literario visto desde la Amazonía. Esta reforma literaria que se inició a más de veinte años ha encontrado un nuevo “cogollo” en jóvenes como Jorge Gil, que desde su cuento Pecado imborrable nos muestra a un panteonero que decide vivir lejos de los avatares del mundo, y que solo se centra en aquel aislamiento mortuorio, siendo así un álbum de sentimiento y de sensibilidad, pero que también juega con la mente, con la técnica narrativa y el lenguaje, para desubicarnos y volvernos a ubicar en un mundo posible. O Alejandro Vásquez en Vuelo n.º 2990 donde un narrador impensable nos muestra la cotidianidad y el común suceso de un simple viaje en avión que termina en otro planeta, con oraciones y frases claves desarrolladas durante el cuento, que son señuelos que nos ayudan para entender la narración. Portela Vela en Estanque oscuro, nos muestra cómo el sueño sigue siendo un recurso de la narrativa que no pasa de moda, y nos muestra cómo ese túnel de la narrativa nos puede seguir alimentando de creatividad, en una ciudad tan violenta como Iquitos, es el sueño que nos permite conectar con otras realidades posibles siempre desde la Amazonía. O el trabajo del mito en la conexión con la realidad en el cuento Caudal de Renato Romero, donde la selva, el río, la Amazonía, con sus secretos más profundos, en una de esas noches amazónicas, nos permite entrar en conexión con lo mítico y lo imaginario para convertirse en guardianes de una selva que busca conservarse de la depredación. O como es que la ficción puede, más el nivel alto de creatividad, dar vida a un edificio para humanizarlo, para conjugar conflictos existenciales como un conflicto cotidiano de no desaparecer, como lo hace Irina Yanovich, en Diario de demolición, registrándose como uno de los mejores cuentos hecho por mujeres sobre patrimonios de la ciudad.

Por otra parte, están los cuentos cotidianos, como el de Andy Saavedra, Origen, con una prosa limpia, una técnica del dato escondido muy bien lograda, con un manejo del suspenso y el alto nivel de sensibilidad muy bien trabajado en sus personajes, equilibrando la ficción con la realidad. En Plegaria, de Paula Paredes, nos hace referencia a ese catolicismo de la cual es parte la ciudad iquiteña, a través de su personaje como figura de una ciudad que aún se sirve de la religiosidad para existir, para dar una explicación a la vida, para darle un sentido. El cuento abunda en esa prosa mística, dentro de una atmósfera mísera, como expresión de una ciudad que decae, insensible, decadente y que solo la plegaria es la que puede dar sentido a una vida que está casi por acabarse. En Trayecto, de Marieth Ríos, la vida se busca desde varios sentidos, es la expresión de una ciudad que está en desarrollo desde la mirada y la vivencia de su juventud, entre desventuras amorosas, la juventud que busca su sentido en una ciudad confusa. La misma juventud confusa, que busca mostrarse y que busca posesionarse de la vida en la ciudad, como sucede en La despedida, de Aliza Manuyama, donde asistimos a la ubicación de una juventud que es el reflejo de una sociedad post moderna que busca sentido a las cosas desde su vivencia, sus nuevas formas de comunicarse, ni la soledad es la misma con la nueva juventud, ni la muerte, ni la escuela, ni los padres, ni la ciudad es la misma. Esa ciudad que guarda sus secretos, como lo descubrimos en Fabula, de Diego Pezo, donde desde la oralidad, la tradición del cuento se nutre desde el personaje que nos traslada, desde una prosa limpia y liviana, a un pasado para construir el nombre de una ciudad que nunca deja de buscarse y saberse, y cómo es que llega a este presente para ser vivida, explicada y narrada desde una sola mirada.

Paco Bardales es el compilador de esta serie de diez narraciones, denominada La ciudad son tus arterias, libro que de antemano establece las bases para una nueva forma de ver la ficción, ya que en ella se logra fusionar la mitología con la ciencia ficción, la creatividad con la realidad, la historia con la decadencia humana, la sensibilidad de una ciudad y una humanidad amazónica que se busca, que se transparenta, que se visibiliza, que se muestra a través de una prosa ambiciosa, pulverizante, andariega, una prosa vitalizada, no devota de la vieja prosa exótica y harta de expresionismo regionalista. En esta selección se deja ver el trabajo de selección y compilación que un escritor y un artista como Paco Bardales, solo pudo haberlo dado, como en esos años donde también conversaba con jóvenes, como yo, de quien aprendí a ver la literatura y el arte como un oficio y como una forma de querer nuestra Amazonía.