La ciudadanía urbana en la floresta, casi siempre, ha huido y ha tapado los oídos ante el discurso ecologista. Es como sí se presentase el diablo (el supay) en persona, corren. Sí lo tolera es a regañadientes y con muchísimas reservas. Resulta muy paradójico que mientras fuera de ella se genera mucha expectativa sobre la protección de los bosques, por ser un sumidero de CO2, o del agua dulce de los ríos, al interior de la Amazonía ha sido hegemónico el discurso extractivista que hace desconfiar del discurso ecologista. En ese cruce de caminos tenemos que el discurso extractivista utilitarista es más de corto plazo e inmediato. Esto es lo mío, tiene rápidos efectos. No son zarandajas de mediano y largo plazo. Ese discurso ha calado mayoritariamente en las ciudades. Claro, eso repercute en toda la vida social. Es contado con los dedos de la mano, por ejemplo, que un o una congresista del Congreso de la República recale en comisiones claves, para la floresta, sobre Medio Ambiente o de Pueblos indígenas. Casi pasan inadvertidos o simplemente no están donde deben estar. Igualmente, en la palestra puede verse que ante los reclamos de las organizaciones indígenas sobre los derrames de petróleo en el río Marañón los y las representantes de esta región brillen por su ausencia. Están esquivando el bulto (conocía a uno que esquivaba todos los bultos cuando las papas quemaban, le decían Messi, por sus estériles regates).En buen castellano, poco les importa. Ellos y ellas tienen otra agenda. Están en otra. Lo interesante sería preguntarse ¿por qué genera rechazo el discurso ecologista? Quizás, ensayo una respuesta, se piense, que los y las amazónicas son liberales en el sentido político del término, que cualquier sugerencia sobre el uso de los recursos naturales sea una grave intromisión estatal a sus decisiones individuales o que se piense que esas intromisiones son fruslerías al tener tanto recurso sin aprovechar. Hay algo que se tuerce con el discurso ecologista en los trópicos pero en cuestión de seguir indagando.