Ni tan lejos que provoque frío, ni tan cerca que caliente demasiado. Estuve cerca a la calentura y también a la gelidez. Política, partidariamente hablando. Siempre me interesó la política mezclada con el periodismo. El periodismo político, si prefieren. Creo que desde que acudí al mitin multitudinario que el arquitecto Fernando Belaunde Terry protagonizó en la Plaza 28 de Julio en 1980. O cuando veía a los apristas e izquierdistas lanzarse bombas molotov y piedras en disputas callejeras por los alrededores de la UNAP. O cuando mi hermana Naty me llevó a una asamblea donde se arengaba en favor del ingeniero Juan Pinedo Nájar mientras que en otro espacio se hacía lo mismo con el diputado Ramón Ruíz Hidalgo. O cuando acudí a una asamblea del Frente de Defensa del Pueblo de Loreto en el estadio Max Augustín y un emocionado Silfo Alván del Castillo donó 100 intis diarios para la olla común en los días de paro indefinido y que provocó los aplausos de los comunistas que eran sus principales opositores. Me fascinaba que la política fuera capaz de provocar esas movilizaciones, esas disputas y esos cambios del repudio a la adhesión. Creo que eso me fascinaba de la política. Y del periodismo, esa manera de transmitir acontecimientos y que los mismos provoquen las reacciones más diversas. Esa manera en la que mi tío Miguel Villa conducía “Noticias y boleros” donde combinaba las informaciones con la música y yo hacía los pinitos de lo que sería la manera de ganarme la vida. Esa manera en que se hacía un programa como “Pórtico Deportivo” u “Hora siete” donde no sólo había un control de calidad para los locutores sino lo que se pronunciaba se escribía, facultad que actualmente es una condición que se excluye para hablar en radio.
Pero tanto en la política como en el periodismo creo que la libertad es lo más preciado. Sin carnet ni mordazas. Menos con esas prohibiciones absurdas que los militantes de los partiduchos de izquierda tenían que soportar en contra de su vida bajo el manto de mejorar la vida de los demás. Peor con esas agrupaciones que se convertían en pantallas de ayuda social cuando en el fondo sus fondos provenían de la explotación social. Otro fuera el cantar de los cantares si hiciéramos caso al espíritu libertario que todos llevamos dentro.
Estas reflexiones me cogen en medio de una mudanza. Con los libros que me trajo la vida. Como “Los perros hambrientos” de Ciro Alegría que fue el primer texto que devoré con fruición y que estaba arrinconado dentro de un cajón que mi hermano Juan Carlos trasladó a Iquitos al dejar la capital de la República. En este marzo del 2017 la mudanza me retrocede a marzo del 2012, un quinquenio atrás. Cuando emprendí un viaje a Europa por una exposición sobre la época del caucho que, literalmente, me cambió una vez más la vida o, para ser más exactos, la visión de ella. Han pasado varios libros en las labores de edición y con ello el aprendizaje ha sido cotidiano tanto por los autores como los temas que trataron. Al ver los stands caigo en la cuenta que valió la pena emprender esta osadía. Y, pienso, sin los libros nada, sin el periodismo tampoco y sin la política mucho menos. A pesar de todo, más son las sumas que las restas. Más las adiciones que las omisiones.