Por quien no votare
No votaré por los que no saben hablar y dicen que sólo hablan con sus obras o acciones. No entiendo al político como un personaje que se exprese con el concreto armado, nos tiene que explicar didácticamente y no sólo balbuceando, desarticulando o matando el idioma.
Definitivamente no votaré por los candidatos que no saben bailar. Me aterra un candidato que no tiene un poquito de coordinación pues me hace pensar que ese (a) candidato (a) no tuvo algo de infancia o no asistió a reuniones normales de gente normal cuando fue pequeño. Que no tenga ritmo es una cosa, pero que imposte algo que definitivamente sólo lo hace para campaña no merece el mínimo de mi respeto. No votaré tampoco por una persona que no sabe jugar algún deporte, me imagino que no tuvo tiempo para pasarla de lo lindo cuando no era político, que no tuvo tiempo para el sobre tiempo y para las chelitas de por medio, es decir, para la socialización, esencia fundamental para aprender a escuchar.
No votaré ni de a vainas por las personas que son apoyadas por los medios de comunicación grandes, menos aquellos con los que simpatiza El Comercio, por ejemplo. Si hay detrás toda una corporación como ese grupo editorial detrás de un candidato, ya sea destacando sus mítines, o su vida familiar o haciendo opinar a un candidato hasta de agronomía en el espacio, me genera una desconfianza total y hasta me aterra. Por ese candidato, de hecho no votaré. Tampoco por los candidatos que sólo dejan el periodismo para postularse a algo, esos me causan espanto y degradan el oficio, lo vuelven más demagógico aún y se aprovechan de la exposición para manipular la opinión y luego dárselas de fiscalizador. Ese no es periodista es un arribista social.
Tampoco votaré por aquellos candidatos que aluden a la Iglesia o a Dios para sus intereses. Normalmente esconden un pasado recontra sinuoso, maquiavélico y procaz que requieren estar bien con la Iglesia para exculparse de sus pecados – delitos y tampoco por esos que apoya la Iglesia abiertamente, esos que dicen estar en contra del aborto, o a favor del celibato o en contra del matrimonio gay, esos no se diferencian en casi nada a los radicales del otro bando, sólo que estos perjuran que son buenos porque creen en Dios, asisten a misa o se latiguean para encontrar a Dios en el sufrimiento. No, esos patas, no pasan por mi lista.
No votaré por los que no saben hablar y dicen que sólo hablan con sus obras o acciones. No entiendo al político como un personaje que se exprese con el concreto armado, nos tiene que explicar didácticamente y no sólo balbuceando, desarticulando o matando el idioma. Entiendo la política (no me digan que estas elecciones son sólo vecinales a otro perro con ese hueso) como un arte básico de la expresión, me enorgullezco cuando un político – así no simpatice por él – se sabe hacer entender porque me imagino que la política se enaltece, utilizar el verbo para otros fines es otra historia, pero un político tiene que ser esencialmente didáctico, articulador, expresivo y hasta un soñador de la palabra.
No votare por el que jamás lo he visto en los mercados ni caminar entre nosotros porque no tienen una lectura de lo que respira la gente común. Tampoco votare por los que cuando saludan miran a otros lados como buscando el reconocimiento del resto, por aquellos que nunca comieron en una mesa de la callea las dos de la madrugada, por los que no saludan con respeto a los niños y sólo los cargan delante de los mítines. Por aquellos que hablan demás o por los que siempre tienen alguien que siempre está a su lado para pasarle el pañuelo, comprarle algo o sostener los regalos que le pueda dar la gente, menos por los que no comen primero lo que le entrega el pueblo y muchísimo menos con los que se excusan para tomar la cerveza barata o el vino falso o el aguardiente químico diciendo que sufren de gastritis o que “su médico le ha prohibido las bebidas alcohólicas”. Tampoco por los que se hacen escribir con otros, cosas que no pensaron y que no quieren decir por las cuentas de facebook, o twiter, Hi5 o cualquier otra.
Menos lo haré por esos que solo desayunan con su familia el día de las elecciones o los que sólo se les conoce a sus hijos en campaña. Por los que dicen que sólo tuvieron una mujer en su vida y encima dicen cosas como “a la mujer ni con el pétalo de una flor”. Por esos que jamás se bromean con chistes de homosexuales o de negros o de cholos o de limeños. Por esos que se escandalizan cuando alguien de nuestro entorno se “chivea” en broma y todavía se aparta disimuladamente. No votaré por el (o la) que tiene una campaña con paneles electrónicos que sobrepasan los miles de dólares o por los que, para colmo, dicen que cuentan con el apoyo de los abogados de la ciudad, esos sí que ya no son candidatos sino jefes de una banda…