Tiempos difíciles, convulsos los que vivimos. No hay tregua para el pensamiento ni al cuerpo. Es un alud de acontecimientos que uno no sabe para donde mirar, o quizás en el fondo sí lo sabemos, pero no lo decimos. Lo que gana es la inmediatez, lo más cercano. Fui a una cena con unos amigos y al saber que era de Perú me preguntaron de los últimos acontecimientos ocurridos a raíz del cierre del Congreso. Señalaba que todavía sigue pendiente una manera mejor de solucionar los conflictos sociales y carecemos miras de Estado. Lo que sí llama la atención es el empecinamiento de la terca clase política de seguir haciéndolo mal. Sus performances públicas (y privadas) lo que han generado es hartazgo. En ese mismo sentido iban los comentarios a lo ocurrido con el estallido social en Ecuador o el tortuoso proceso de paz de Colombia con más sombras que claros. Luego las apostillas de la cena se dirigieron a Brasil y su peculiar presidente. La situación crítica de Venezuela. Tiempos de crispación. Pasado los comentarios sobre algunos países latinoamericanos estaban en la mesa la falta de acuerdo para constituir gobierno en el Reino de España. Otra vez emerge la falta de madurez de las personas que negociaban y el asombro de la sociedad de no encontrar un punto en común. Se increpaban públicamente sus disonancias, de manera muy torpe. Todas las partes negociaban con un frío y descomunal cálculo político. Miraban a los acuerdos de las fuerzas progresistas en Portugal, pero nadie daba el primer paso. Como consecuencia de esta falta de acuerdo tenemos otra vez a elecciones, aquí en España vamos a las urnas casi anualmente. Se entiende la desazón colectiva y en un país, como todos, con tantas cosas por hacer. En esa misma singladura está todo el tema catalán que está causando mucho daño a las partes y lo que se benefician ya sabemos quiénes son. Vaya tiempos que vivimos como todos.

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