ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
Nos dicen hasta el cansancio que la mejor manera de conocer una ciudad es recorriendo sus calles y deteniéndose en los detalles. Mejor si esa caminata es en compañía de alguien que llega de fuera y tiene una visión distinta a la del oriundo. Mucho mejor si uno de los caminantes tiene como una de sus virtudes escribir poesía. Fenomenal si uno de los acompañantes no regresa con frecuencia al lugar donde fue feliz. Importante, si no todos, alguno de esos caminantes conoce los detalles históricos de los edificios y la gente del lugar visitado. No son pocos los que tienen oportunidad de caminar por una ciudad en compañía de un poeta, un historiador o, mejor, un trovador.
Ganó el Premio Copé de Oro 1984 con su poemario Finibus terrae. Un galardón para su poesía y la Amazonía. Su vida ha transcurrido entre Iquitos, Pucallpa, Lima, París, capital francesa donde radica y ha pasado la mayor parte de su tiempo. Cada vez que puede se da una vuelta por su país donde, se le nota cuando habla, se alimenta, bebe y conversa, es muy feliz. Jorge Nájar, quizás uno de los amazónicos que más conoce sobre César Vallejo y talvez quien ha publicado poesía, cuento, ensayo y novela con mayor regularidad en toda la Amazonía peruana, estuvo por Iquitos reencontrándose con su niñez, adolescencia y adultez en plena madurez. Y al hacerlo me ha dado el privilegio de acompañarlo en algunas oportunidades y disfrutar de su sabiduría gastronómica, poética y universal. Cómo no va ser un privilegio que en medio de la bulla iquiteña alguien se detenga y recite un poema entero de Manuel Morales Peña, ese poeta inmortal que nos dejó su legado. Cómo no puede ser catalogado de privilegio escuchar de primera mano, mejor es decir boca, la versión melancólica de lo que fue Iquitos y los avatares políticos y ciudadanos de unas décadas que fueron prodigiosas en arte y literatura.
Falta caminar por las ciudades, falta conversar mientras se camina. Cuentan los que escribieron en los diarios y libros de los primeros años del siglo pasado que la costumbre familiar era salir a pasear por las calles en compañía de los hijos y esposa, mejor si había un visitante cercano o alguien que llegaba a quedarse por un tiempo indefinido en la capital loretana. Repasar esos diarios le devuelve a uno esa costumbre ya olvidada. Recorrer con Jorge Nájar las calles de Belén, navegar por el Itaya en su compañía y en la de Íbico Rojas, locutor, docente y actor, entre otras cosas, de un Iquitos que no volverá, ha sido un privilegio. Hacerlo es para entender y dar la razón a quienes desde la antigüedad afirman que lo mejor que uno debe hacer, sea oriundo o foráneo, es caminar por una ciudad, sobretodo si tiene al lado a un señor escritor como Jorge Nájar.