Cáceres

Por Miguel DONAYRE PINEDO

Volvía a Cáceres luego de casi diez años. Fue de los primeros lugares de España que conocí aparte de Madrid. De allí fui hasta Alcántara, casi por la frontera con Portugal y recuerdo que un compañero nos llevó en su carro a unos de esos pueblos portugueses, no había físicamente fronteras – militares pidiendo documentos, eso me impresionó. Los recuerdos de Cáceres casi eran de claroscuro, sumado al jetlag de la primera vez. Esta vez lo disfrute mejor, casi a sorbos. Aquí probé las migas y el gazpacho. Desde este lugar de Extremadura y otros salieron, miles, de emigrantes para las Américas y también llegaron ala Amazonía [en el mapa de la ciudad señalan un centro de ocio, El Perú]. Muchas de las construcciones cacereñas tienen eco en América. Hay retazos de Cusco, Quito, Bogotá, Antigua en Guatemala. El paisaje de alrededores es del color de la tierra. Los cerros andan deforestados. Hay escasa vegetación por la falta de lluvias y los embalses de agua andan vacíos. Muchos olivares. Mientras el tren en su larga y pausada marcha nos llevaba a Cáceres trataba de imaginar por unos segundos a esos extremeños mirando la floresta ubérrima, que contraste geográfico y cultural. Con un calor agobiante, recursos naturales en abundancia. Lluvias tropicales, ríos caudalosos. Presumo que les habrá dado un patatús.